Martín Appiolaza, Diario Los Andes, 13 de julio de 1997
Incluso los que no comulgan con sus convicciones ideológicas, reconocen en Bustelo un personaje medular de la actividad cultural y política, de la Mendoza de los últimos 70 años. Amigo de Tejada Gómez y Neruda, de Marianetti y Adolfo Vicchi, de Asturias y Bufano, de Guillén y Di Benedetto, es capaz de enhebrar las anécdotas de esa raza de quijotes extinguida.
La voz suena desgajada a fuerza de mítines. Una voz que fluye desde un valle interno, un paraje donde las arengas todavía reverberan. Es una voz visceral. Subterránea. Cóncava. Cuando habla, Ángel Bustelo libera un manto de niebla que se expande lento, cubriendo todo, colándose entre los muebles, las ropas. Es una voz material, capaz de construir en minutos un mundo de quijotes y asesinos, de caballeros y traidores, de utopías que pelean cuerpo a cuerpo contra mezquindades y engaños. Al margen de sus convicciones políticas, Bustelo puede ser rescatado como un alma abierta que supo priorizar su relación con los hombres sin distinguir ideologías. Un ejemplo fue su amistad con el dirigente conservador Adolfo Vicchi.
En una pieza amurallada por cuadros y fotos de amigos, Bustelo aprovecha la primera pregunta para generar una atmósfera irrespirable para los escépticos. La poca luz que se cuela por una ventana a medio abrir, lo descubre con un escritorio delante y cientos de libros (dedicados por sus autores) detrás. El olor de las milanesas que están friendo en la cocina, anuncia el mediodía.
Ángel Bustelo, el “viejo” Bustelo, el militante comunista, el político, el amigo de Benito Marianetti, el escritor, explica por qué las esperanzas no se le agotaron, ni ahora, con casi 88 años:
“Piense en el hombre de las cavernas, en cómo tenía que luchar para sobrevivir, en lo azarosa que era su vida... sin embargo empujaba por amor a la vida. Por eso seguimos andando. La mayor parte de la gente ama la vida, salvo un pequeño grupo que en la sociedad siempre ha tenido un papel nefasto, la vida sigue avanzando. Todos empujan y sobre todo los trabajadores, la gente más pegada a la vida y a la naturaleza” -despunta, con un tono monocorde que va in crescendo-.
“Hemos llegado a un momento en que los progresos son muy grandes, pero se han olvidado del hombre. Pero ese hombre postergado está pechando más que nadie y es el que los tiene trastornados a todos estos señores que andan buscando peritos para poder seguir viviendo su vida de crápulas y de usurpadores de la vida. Ahí está mi esperanza, que es la esperanza de miles y millones de personas.”
Casi deletreando, dispara las últimas palabras contra un punto perdido en la pared. El detonante fue una pregunta sobre el título de su último libro: “Penúltima página”. Con un ejemplar flameando en la mano, explica que no es una despedida, más bien un “continuará”, como en las historietas: “Porque he sido en mi vida un hombre esperanzado, encontrar este nombre me ha parecido bien”.
- Se dice que la caída del Muro de Berlín es el parte de defunción de las ideologías...
- Al Muro de Berlín lo derribó la propia gente, ya sea de un lado o del otro, porque se había levantado en un momento en que tenía una justificación. Es cierto que el socialismo cometió errores, pero fueron de los hombres, no de la doctrina. Eso no quiere decir que derribado el Muro de Berlín se terminó con el socialismo. Hoy, las masas están en movimiento hacia una sociedad más justa, donde reine la verdad y donde no anden todos a las escondidas.
Entre Yrigoyen y Lencinas
Sobre el escritorio tiene la computadora que le ayudó a parir “Penúltima página”, recién editado por el sello local Canto Rodado. El libro es una selección de escritos. Quedaron muchos afuera (¿para una segunda parte?), desparramados por la pieza. Son textos cortos que evocan personajes o relatan anécdotas, son ochenta y pico de años de historia, tamizados por los caprichos de la memoria. Por ejemplo:
- ¿Cómo recuerda a Carlos Washington Lencinas?
- Era un tipo progresista, un gran político. No llegué a tener trato personal con él, aunque compartimos un viaje en tren, cuando volvía de una gira por Brasil. Mi conciencia política se despertó un poco después. Me acuerdo bien del 6 de septiembre de 1930...
- Ese día fue el golpe de Estado contra Yrigoyen, ¿no?
- Claro. Yo estaba estudiando en La Plata y habíamos ido con una comisión a Buenos Aires para pedir cambios en el gobierno, pero no una revolución y menos de derecha. Vi cuando pasaban los cadetes frente a la confitería El Molino. Estuve cuando quemaron la casa de Yrigoyen, que quedaba en la calle Brasil, cerca de la estación Constitución. Yo iba a tomar el tren de vuelta a La Plata y vi cuando le quemaban la casa, eran los de la Liga Patriótica Argentina. Salvé un libro que se estaba quemando y me persiguieron hasta que llegué a la estación...
Un resfrío mezclado con un poco tos, se empeñan en interrumpir el diálogo. Bustelo se compone con un trago de soda, pero cuando está por retomar, suena el teléfono. Esta vez es Bianchi, el de las bodegas, dice que está enloquecido con el libro y que mañana va a traer unas botellitas para brindar. El llamado anterior había sido de Horacio Guarany, el folklorista, el de “Si se calla el cantor”, un viejo amigo de asados y trasnochadas. Dijo que el libro lo había impresionado porque “vos decís las cosas, Angel, las decís bien, pero las decís para las gente y sin disminuir el lenguaje”.
Guillén y Benedetti
De nuevo a la charla. Bustelo, el poeta, el hombre viejo, el memorioso, vuelve sobre su vida. En loúltimos años se lo ha instalado en el rol de historia viviente mendocina y Bustelo aprovecha para contar a rienda suelta. Una foto que se tomó en Roma con Marianetti, lo demora evocando a su amigo: “Hablar de un genio en pocas palabras es imposible. Fue un político de la talla de Lisandro de la Torre , pero los conservadores le impidieron llegar... Me acuerdo que Nicolás Guillén se quedó impresionado con Benito...”
- ¿Fue cuando le escribió “El señor de los cerezos en flor”?
- Sí. Benito era un caballero. Una vez, Guillén lo vio llegar, bajarse del auto y sacarse el sombrero para darle la mano a Valentín, el obrero negro que trabajaba en ``Las Nerinas’’. Eso fue lo que inspiró a Guillén. Yo me hice muy amigo de él. Vino a Mendoza en una época en que lo echaban de todos los países. El gobierno de Frondizi le dio un permiso de noventa días y se quedó aquí dos semanas. Me acuerdo que íbamos al lago del Parque y él me pedía monedas chiquitas y las tiraba al agua, para que el agua y la tierra lo retuvieran, según una tradición negra. A cada rato “mira chico, dame una monedita” -dice imitando al escritor cubano, mientras desentraña de la biblioteca un libro que Guillén le dedicó.
Cerca de la foto con Marianetti, hay una imagen de Pablo Neruda. Bustelo lo vio en varias oportunidades, pero la anécdota más divertida surgió de un desencuentro:
- En “Vida de un combatiente de izquierda”, usted cuenta que intentó rescatar a Neruda. ¿Cómo fue eso?
- Yo era diputado. Me llamaron de Chile y me dijeron que me esperaban en la frontera. No dijeron nada más. En esos día había habido un golpe en Chile y salía en todos los diarios que lo estaban persiguiendo a Neruda, entonces pensé que el llamado tenía que ver con eso. Cuando llegamos, estaba cerrado el paso. Me presenté como diputado y nos dejaron pasar. Cuando llegamos al hotel “El Portillo”, me bajé a ver. No había nadie. Le pregunté al conserje sobre las novedades: “¿Qué anda pasando con Pablo Neruda, que es mi amigo, no ha andado por acá?”. Un tipo de los servicios me escuchó y lo pesqué pidiendo instrucciones a Santiago. Esperamos un rato a ver si venían y nos fuimos. Esa fue mi gran oportunidad para pasar a la historia.
- ¿Cómo sigue?
- De vuelta, fui a LOS ANDES a poner un aviso fúnebre. Me encontré con mi amigo Edmundo Moretti, que trabajaba en la parte de telegramas. Me mostró un cable que habían recibido de una agencia de noticias, que decía que yo había ido a Chile y había generado un problema internacional. “¿Qué hacemos con esto Angelito?”, me preguntó. Al final no se publicó.
Scalco y la Interpol
Habla como escribe, reconstruyendo la historia a partir de las vivencias. Las milanesas se enfrían, pero Angel Bustelo, el Bustelo candidato presidencial, el amigo de Carlos Alonso y Julio Le Parc, estuvo preso con casi todos los gobiernos de facto. “Yo los molestaba todo lo que podía, entonces, cuando caía, se las cobraban todas juntitas”, se divierte a la distancia de los años de cárcel. Un ejemplo: cuando desorientó a los policías que quería capturar al pintor Juan Scalco.
“Yo estaba preso en la Policía Federal de Mendoza, porque me habían iniciado un juicio por desacato a Onganía. Lo veo pasar a Scalco que también lo habían detenido. Habían pasado 15 días y nadie sabía nada de él, porque se pasaba semanas encerrado pintando. Cuando recuperé la libertad, asumí la defensa...”
Angel Bustelo, distinguido en 1990 como ``Ciudadano ilustre de Mendoza’’, ha publicado: ``Alfredo Bufano, El montañés que vio el mar’’ (1981), ``Un muchacho de provincia’’ (1983) que obtuvo el premio de la Sociedad Argentina de Escritores, ``San Rafael de sus amores’’ (1985), ``El silenciero cautivo’’ (1988), que relata los meses compartidos en prisión con el escritor y periodista Antonio Di Benedetto, ``Duende y pólvora’’ (1990) y ``Vida de un combatiente de izquierda’’ (1992).