Lo que le
faltaba a los comentaristas del mundial: ocuparse de Luis Suárez como si fueran
periodistas de policiales. Analizaron el mordisco con delirantes argumentos:
así inventaron la criminología futbolera.
En radios
colombianas, por ejemplo, se pudo escuchar de todo. Por supuesto, querían sacarlo del
campeonato porque el delantero uruguayo genera angustias entre los hinchas
colombianos. Y entonces se largaron a tratarlo como masticador de rivales
compulsivo, delincuente del tarascón.
Los argumentos
para pedir la sanción a Suárez rozaron el delirio, lo
pusieron en el rol de criminal, psicópata, sujeto peligroso. Un manojo de
opinadores, expertos y especialistas en casi todo analizaron el caso. Las preguntas fueron: ¿por qué violó las leyes del fútbol? ¿Cómo nace el comportamiento
ilegal en el área? Así trataron de explicar a un “criminal” de la pelota,
adaptando al césped todo tipo de teorías criminológicas. Veamos:
Leyes más severas para controlar a los ciudadanos
peligrosos. Muchos opinaron que leyes más duras prevendrán estas mordidas, las
manos de dios y los pinchazos a los arqueros (metodología descripta en sus
crónicas por Osvaldo Soriano). Por eso querían una sanción que llene de temor a
los jugadores. Faltó poco para que pidieran que lo ahorcaran de uno de los
arcos del Maracaná.
La ciencia puede curar al enfermo: Un
psicólogo respondedor de entrevistas explicó que el jugador tiene un trauma infantil.
La causa: le sacaron la teta antes de tiempo (sin poder determinar si fue por
falta de leche en los senos o por los daños que le producía a su mamá). Posología:
diván urgente para que resuelva la neurosis del destete, sino podría seguir
mordiendo a más jugadores o a cualquiera que se le cruce.
Sus protuberancias dentales son la evidencia de un gen
peligroso. El periodismo lombrosiano justificó el ataque en
la fisionomía del delantero. Esos dientes, esa cara equina hablan mucho de su comportamiento
“enfermo”, retrucó el periodista que entrevistó al psicólogo. Es irrecuperable,
diagnosticaron en un programa que tenía entre sus auspiciantes una clínica odontológica.
Las malas juntas lo echaron a perder. Entre
los llamados del público hubo uno que explicó la masticada como una conducta
aprendida en los baldíos de alguna villa degradada con otros jugadores
tramposos, consecuencia de una asociación diferencial en un entorno urbano. Un
problema de valores deportivos y de contención en el hogar.
La prensa lo etiquetó y arrastró a una vida de
mordidas compulsivas. Los comentarios más compasivos llegaron de los
oyentes: Suárez es una víctima del resto de la sociedad que le festejó y lo
etiquetó como un dientudo. Así inició una carrera por morder cada vez mas escandalosamente reforzando su
autoestima ante la aprobación de los otros. Hay una
subcultura del potrero que justifica las picardías del fútbol.
La explotación del hombre por el hombre y el control
de los díscolos. Pero cuando
se confirmó la sanción, comenzaron a verlo como una víctima. Los críticos de
las otras teorías creyeron ver en Suáres a un chivo expiatorio de la FIFA,
organización capitalista beneficiada por la globalización. Y la teoría
conspirativa: el mismo día que calificó Estados Unidos voltearon a Suárez, un jugador
de un pequeño país que poco aporta a la recaudación mundialista y que se ha
animado a despenalizar la mariguana. Denunciaron prácticas de control social: poderosos
se ensañaron contra el eslabón más débil. Un castigo ejemplificador para que no quepan dudas sobre quién manda en el fútbol.
Mano dura y tolerancia cero. El
pimpón de ocurrencias continuó y los comentaristas reclamaron mucha severidad para
educar en el respeto de las normas a los niños que ven el mundial. Lógica mecánica:
Si se permite andar mordiendo dentro de la cancha, los niños lo imitarán
generando un problema de salud severo. Por eso recomendaron: castigo a
la menor transgresión. Y como el caballero ya viene hincando los dientes le
corresponde al tercer tarascón fuera de fútbol (Three Strikes Out).
Se ensañan con los perejiles para nadie toca a los
patrones del fútbol. La sanción
se conoció. Es muy severa. Entonces empezó a bullir la sensación de injusticia.
No faltaron comentarios sobre la política de seguridad en el fútbol mundial. Aunque
la FIFA es investigada por una serie de delitos de cuello blanco nadie cree que
Blatter vaya preso. En cambio, la severidad cayó sobre un jugador de un país
chiquito. Así pagan
los perejiles mientras los capos se llenan los bolsillos y nadie se anima a
hacerles frente.
Una mordida es una reacción contra el orden social excluyente. Los “especialistas” más audaces sostuvieron que una mordida
es un acto transformador y revolucionario. Hay que interpretar la mordida: Suárez
lo hace porque la adrenalina le gusta, lo hace sentirse respetado y temible,
arriesgaron. Morder es un acto simbólico: para entenderlo mejor existe una
criminología cultural que interpreta las trasgresiones en la sociedad
posmoderna y líquida, con valores efímeros. Morder es una batalla contra
hegemónica en una sociedad que al mismo tiempo que te incluye invitánte a sosoñar te expulsa prohibiendote seguir. Morder para sentirse vivo.
Con esto fue suficiente, ¿no?