En
la sociedad posindustrial, en el mundo globalizado huérfano de proyectos de
sociedad totales, organizadores del tiempo y las acciones, donde el Estado ya
no tiene el monopolio de la fuerza ni el control del flujo de divisas, personas
o productos, están emergiendo las parcialidades culturales con fuerte arraigo
local. Nuevos tiempos, nuevos problemas: se necesitan nuevas respuestas.
Son
noticia todos los días: crimen organizado, grupos criminales que dominan las
fronteras, tráfico de drogas y personas a cargo de paramilitares, pandillas
cooptadas por el crimen, más leyes, más penas, más represión policial, cárceles
abarrotadas, motines, grupos criminales que reclutan dentro de las prisiones y
manejan los negocios ilegales en las ciudades vecinas, colusión entre política,
grupos económicos, fuerzas de seguridad y crimen. Lo transmite la televisión,
lo leemos en internet, sabemos lo que pasa simultáneamente en todos lados. Lo
que sucede en nuestros barrios tiene conexión con la dinámica global.
Dijimos:
los abordajes clásicos a la cuestión política criminal resultan ineficientes.
No alcanza con sancionar leyes que controlen y disuadan porque la
institucionalidad estatal resulta ineficiente a la hora de aplicarlas. Los
patrones delictivos de otros tiempos son menos precisos en épocas de
fortalecimiento de las identidades y autonomización de los sujetos. En
consecuencia, las políticas tradicionales prescriben tratamientos correctivos
que apelan a un control que se revela ineficiente. Por eso atendimos a la
evolución de las teorías criminológicas y la atención a las políticas sociales.
El reconocimiento del sujeto emancipado, que alcanza la expansión de sus
oportunidades, necesita una política criminal que entienda los nuevos tiempos y
atienda los conflictos desde un reconocimiento de las personas condicionadas
por sus entornos.
La
criminología cultural se pregunta sobre los sujetos transgresores, sobre los
grupos transgresores. El nuevo enfoque interpela la definición de pandilla. Llegamos
a la pregunta, ahora con un nuevo enfoque teórico, para tratar de definir
nuestro objeto de estudio. ¿Qué son las pandillas?
En
este capítulo nos ocuparemos de describir la perspectiva teórica de la
criminología cultural, su metodología de trabajo y los principales aportes que
ha brindado al entendimiento de qué son, cómo funcionan y por qué proliferan las
pandillas. Tomaremos dos perspectivas de análisis de los grupos juveniles
violentos inscriptas dentro de la nueva criminología, que abrevan en las
teorías sobre movimientos sociales y la construcción de ciudadanía en la
sociedad de la modernidad tardía. Pensaremos las pandillas como organizaciones
y la posibilidad de convertirse en transformadores de sus condiciones sociales.
1. Una nueva propuesta metodológica
1. Una nueva propuesta metodológica
La criminología cultural se coloca en las
antípodas de la criminalización de los grupos sociales que participan en
subculturas urbanas. Desafía la tradición penal conservadora norteamericana,
hegemónica en los últimos 30 años de la mano de la nueva derecha, según
explican los tres principales teóricos de la criminología cultural Jeff
Ferrell, Keith Hayward y Jock Young[1].
Se inscribe en la tradición de la criminología crítica.
Hablar de cultura, subcultura y poder, evoca
la rica tradición de la teorización subcutural en la criminología. Ciertamente
la criminología cultural evoca las investigaciones subculturales, desde los
primeros trabajos de la Escuela de Chicago a los estudios clásicos de la
Escuela de Birmingham. Así, está muy influenciada por la tradición
interaccionista en la criminología y la sociología de la desviación, como
impregnada de la teoría del etiquetamiento tomada en los ‘60 por la London
School of Economics[2].
En esta perspectiva sobresale una visión
sobre la relación entre capitalismo y cultura. En los ’80, John Lea y Jock
Young[3]
sostuvieron que el crimen es un problema endémico del capitalismo. Ahora,
Ferrell, Hayward, y nuevamente Jock Young, agregan: “el capitalismo tardío
continúa contaminando una comunidad después de otra, configurando la vida
social en una serie de encuentros predatorios y saturando cada día la
existencia con criminógenas expectativas de conveniencia material”[4].
En este contexto lanzaron el desafío de
explorar las conexiones entre crimen, cultura y resistencia. “La criminología
cultural intenta conceptualizar las dinámicas de clases, crimen, y control
social en la fluidez cultural del capitalismo contemporáneo; intenta también
entender las conexiones entre crimen, activismo y resistencia política bajo
esas circunstancias”[5].
Los grafitis son un ejemplo de formas de resistencia, considerados delitos
frecuentemente criminalizados en entornos urbanos utilizados para el consumo
privado y marcados por la gentrificación. Se argumenta que los grafitis afectan
las actividades económicas y por eso son perseguidos. Sin embargo, los
grafiteros se organizan para resistir y dar respuestas políticas. Un buen
ejemplo son los pixao propios de la ciudad de San Pablo.
Ante estos fenómenos, la criminología
cultural intenta entender los actos delictivos y la criminalización en el
contexto de la modernidad tardía, como un componente de resistencia ante los
procesos de ordenamiento social. “Los criminólogos culturales entienden que el
sentido simbólico y la comunicación estilizada están animando corrientes de la
vida humana, y entonces examinan cómo esas corrientes culturales fluyen a
través del crimen y el control”[6].
Por eso, los métodos deben estar en sintonía con los fenómenos emergentes en lo
local, que circulan en redes globales, en empatía con las identidades
contemporáneas y de los malestares. En otras palabras: los métodos de la
criminología cultural deben ir al ritmo del crimen y de sus nuevas formas.
Surgen así algunas consignas metodológicas
para entender el delito desde una perspectiva alternativa: (a) Mezclar lo
instantáneo con el largo plazo; (b) Estar en sintonía con la imagen,
abandonando los métodos de las ciencias sociales que privilegiaban el contenido
sobre la forma. En la investigación del crimen hay que privilegiar la imagen
sobre la palabra (atender lo simbólico, lo gestual, otorgando menos peso al
análisis discursivo de los transgresores); (c) Conexión con métodos de
producción de imagen y métodos de producción más literarios o artísticos que
científicos.
Es que se necesitan nuevas formas en la
investigación y análisis en una sociedad híper comunicada. Revisaremos tres
aspectos metodológicos de la criminología cultural, para aproximarnos a los
aportes que hace para entender la violencia y el delito desde una nueva
perspectiva. La criminología cultural es a menudo equiparada con la etnografía.
Lo cierto es que tienen mucho en común, pero la novedad es el entendimiento de que
la modernidad tardía es un tiempo de liquidez[7].
La inmersión. La etnografía estudia a personas y
grupos a partir de la observación participante y entrevistas durante un tiempo
de trabajo de campo para tratar de entender cómo se comportan, los significados
de sus acciones y las interacciones que configuran la realidad del grupo. Y la
criminología cultural también se propone investigar desde la inmersión en la
vida de los criminales, de las víctimas, de los policías. Ser parte del proceso
de significación.
( Subjetividad. La criminología cultural no busca la
objetividad de la etnografía positivista. Ni grabaciones ni estadísticas son
determinantes. Tiene agenda propia y una mirada crítica de los métodos de
definir lo criminal de la criminología ortodoxa. En esta perspectiva subyace
una subversión en la lógica: se trata de entender a los grupos (en nuestro caso
los grupos juveniles) y sus acciones, saber si producen crimen, resistencia,
victimización o injusticia.
( Sentido momentáneo. Las investigaciones etnográficas sobre el
crimen y subculturas han sido largas. La investigación etnográfica es más
existencial que temporal. Hay tiempos muertos. Para evitarlos, el progreso de
los estudios de la criminología cultural no será medido en acumulación de datos
sino por el abandono de la eficiencia profesional en función de los ritmos del
mundo temporal de los otros. Pero los criminólogos culturales sostienen que en
la inestabilidad líquida, propia de la modernidad tardía, incluso el sentido
del crimen puede variar de un instante a otro. Ya no sirven las inmersiones
largas en el campo. Intentan una etnografía de la construcción de sentido
momentáneo. Se trata de trabajar en el límite, en situación de riesgo.
( Dinámicas de los significados. Se propone observar las dinámicas de
sentido, de representaciones e identidad intentando sintonizar con las
dinámicas de desestabilización y la transitoriedad de las comunidades. “Es una
etnografía inmersa en el interjuego de imágenes. Una etnografía confortable con
el cambio de fronteras entre investigación, sujetos de investigación y
activismo cultural. Para los criminólogos culturales, esta metodología de
sensibilidad ante la ambigüedad y la incertidumbre ofrece además beneficios: la
posibilidad de entablar comunicación con comunidades ilícitas en sus propios
términos, y entonces explorar las transgresiones como un recurso de peligroso
conocimiento y posibilidad progresiva”[8].
( Criminología visual. Hay una tensión en estos registros entre
la atención visual y un análisis crítico de la carga política. Los criminólogos
culturales juegan en la tensión de participar en un primer plano para análisis
contextualizado de las imágenes y las cuestiones de la justicia y la
injusticia. Es un intento por explicar el significado, la situación y
representación, y confrontar los daños de la injusticia y la desigualdad.
Un ejemplo del cambio de perspectivas y las
posibilidades que ofrece esta “etnografía líquida” es la metodología de trabajo
de David Brotherton y Luis Barrios con las pandillas de la Almighty Latin King
and Queen Nation en Nueva York. Los investigadores desarrollaron un abordaje
desde la dimensión cultural, insertándose en las prácticas políticas y culturales
de las organizaciones callejeras para registrar de qué modo los grupos dejaron
de delinquir nutriéndose de las capacidades acumuladas en resistencias
políticas y haciendo pie en las identidades colectivas.
Así surgió que esas identidades están globalizadas.
Las pandillas y sus miembros encarnan la liquidez de la inmigración y de la
comunicación mediática. Se trata de sensibilidades polimorfas a través de
alianzas globales que las propias pandillas construyeron[9].
Para los miembros de las pandillas, están relacionados los operativos de la
justicia criminal y los etnógrafos, la imagen y la autoimagen de la pandilla,
en su camino de constitución crítica.
En el trabajo de registro, mientras
Brotherton y Barrios criticaban las imágenes existentes y la producción de sus
registros fotográficos, comprendieron que la política de la imagen debe ser
investigada. Es que “la representación de la vida de la pandilla por los
miembros de la pandilla, la policía o etnógrafos, nunca es una práctica
inocente”, explican Ferrell, Hayward y Young[10].
El análisis de lo visual es fundamental. La cotidianeidad está saturada de
imágenes de crímenes. Películas, noticias, publicaciones, reality shows, todos ofrecen un cargamento visual que necesita un
análisis criminológico para entender las formas del crimen en nuevos tiempos.
Pero también internet tiene una carga de
información visual sobre el crimen que clama por atención y análisis. Otras
tecnologías digitales aportan más insumos: teléfonos celulares, juegos
virtuales, redes sociales. Los registros amateur de peleas callejeras subidas a
la red social de videos YouTube escapan de las explicaciones más tradicionales
sobre el delito. Imágenes de transgresiones, de victimización y de la justicia.
Hay delitos cometidos solo para ser filmados, registros de transgresiones y
protestas disponibles en imágenes. También las fuerzas de seguridad son grandes
productores de imágenes sobre el delito.
En síntesis: la propuesta metodológica de la
criminología cultural es enriquecer el entendimiento de los delitos con una
observación participante, comprometida, inmersa en todas las formas de
producción de significados cotidianos que refieren a las transgresiones y al
delito. La inmediatez, la difusa trama de identidades y relaciones simbólicas y
lo visual como características de una criminología para los tiempos líquidos de
la modernidad tardía. Esto permite entender los delitos no como actos desviados,
sino como significantes que abren el espectro hacia una comprensión mayor.
En palabras de Ferrell, Hayward y Young[11]:
El método de análisis de contenido
etnográfico es un enfoque que sitúa el análisis textual en la comunicación de
sentido y conceptualiza el análisis como un proceso continuo de intercambio
intelectual. Al rechazar el mito de análisis de contenido textual como algo
objetivo, reconoce la importancia de la participación de profundidad con el
texto, de manera que el investigador pueda desarrollar un registro densamente
descriptivo del texto en todas sus complejidades, del intercambio de
información, del formato, del ritmo, y del estilo. En lugar de considerar el
texto como una entidad unitaria que debe analizarse, también se entiende el
texto y su significado como un proceso cultural, por lo que abarca los
investigadores y texto. (...) Una sensibilidad hacia las sutilezas del
significado, una apertura a las orientaciones de los demás, incluso si esos
otros son textuales en la naturaleza.
Específicamente, la criminología cultural
aporta una perspectiva alternativa de los grupos juveniles afectados por la
violencia, entendiéndolos como organizaciones más que como comportamientos
individuales. La perspectiva criminológica tradicional sobre las pandillas está
basada en el modelo ecológico que reconoce sus antecedentes en la Escuela de
Chicago y que no permite ver que las pandillas pueden existir más allá de ese
medio ambiente al que atribuyen el origen.
El enfoque complejo, maleable y de carácter
global que permite una aproximación con los instrumentos metodológicos que
propone la criminología cultural, arroja datos que requieren de un análisis
orientado hacia las posibilidades y contradicciones de los grupos y sus
actores. Como sostiene Jock Young, el análisis debe ser escrito “contra” el
positivismo criminológico caduco que pregona un cientificismo, empirista y
conductista sin contexto histórico y carente de sensibilidad hacia las
expresiones subculturales[12].
David Brotherton puntualiza que “en la
criminología cultural nos encontramos precisamente con el tipo de correctivos
inspirados sociológicamente, que esta clase de datos demandan, al interesarse
por enfatizar en las múltiples formas de enfrentar y transgredir las normas,
mitos y ficciones del orden social dominante, y en la relación reflexiva entre
el investigador y el investigado”[13].
Este sendero es el que elegimos para aproximarnos al fenómeno de pandillas,
intentando encontrar cualidades diferentes.
2. En busca de las pandillas
perdidas
A la luz del
marco metodológico de la criminología cultural se necesita una revisión de las definiciones.
Ya propusimos una primera revisión de conceptos y definiciones de pandillas o
bandas juveniles violentas. Visitamos las perspectivas más clásicas a partir de
los cambios en el campo de la criminología. Ahora volvemos sobre ese punto con
una perspectiva distinta: en décadas de trabajo de investigación ha ganado
terreno la comprensión del fenómeno como respuesta a procesos sociales
externos.
Hagamos
brevemente el recorrido. Podemos rastrear la noción de pandillas en distintos
rumbos. En España, por ejemplo, a fines del siglo XIX se usaba en los pequeños
pueblos rurales para referirse a grupos de amigos[14].
En México tenía un uso similar.
Pandilla es
sinónimo de ganga, que son los desechos en la minería: el material inútil que
se elimina. En francés se dice “gangue”, que tiene su origen en el alemán
“gang” que se utiliza para un filón de minerales en sentido figurado. En
inglés, “gang” se utiliza indistintamente para las bandas juveniles que son las
pandillas y para las bandas de adultos casi mafiosas. Como adaptación del
español de la palabra ganga, o bien como adaptación del inglés antiguo de “gan”
que significa “ir”, o la voz “gangr” que es un grupo de personas, es posible
encontrar muchos puntos en común en el término y sus ideas asociadas: desecho,
camino, filón, grupo.
Como vimos,
en el ámbito académico los primeros trabajos sobre “gang” son los estudios de
la Escuela de Chicago. Investigaron los grupos de jóvenes violentos en las
esquinas de la ciudad afectada por la migración. Pero las pandillas no son un
producto original de Estados Unidos, como pensaban en los años ‘20 en Chicago.
Ya Charles Dickens habla de las pandillas en Dublín en la era victoriana. No es
el único. Ha habido y existen grupos juveniles violentos en todo el mundo. Hay
muchos antecedentes.
El proyecto
Eurogang con alcance europeo, a partir de una larga investigación y
comparaciones, basándose en las definiciones de Maxon y Maxon[15]definió:
“una pandilla callejera es durable, integrada por grupos de jóvenes orientados
en la calle cuya identidad incluye involucrarse en actividades ilegales”[16].
La particularidad que las define es la actividad delictiva y el riesgo de que
se consideren criminales algunos comportamientos de los grupos juveniles para
abordarlos desde la justicia penal (es el caso de la persecución a quienes usan
tatuajes, por ejemplo, en los planes de Mano Dura o Escoba en América Central).
Malcolm
Klein es uno de los principales investigadores del fenómeno de pandillas y
aporta más elementos a la comprensión del fenómeno: “son grupos informales[17].
Como tales, muchos de ellos no tienen lista de miembros, estatutos ni bases
constitutivas, ni decretos específicos, ni textos para definir la participación
o los comportamientos aceptables… Es entonces difícil distinguir un miembro de
una pandilla de uno que no lo es”. Respecto a las actividades de los
pandilleros, agrega: “la vida es muy insípida. La mayor parte del tiempo hacen
pocas cosas, duermen, se levantan tarde, pasean sin rumbo, hacen alardes,
comen, toman, es una vida aburrida”[18].
Con un
esfuerzo político por consensuar definiciones (algunas apuntando hacia el
control y otras hacia el enfoque de derechos) la Organización de Estados
Americanos, a partir de una serie de estudios nacionales, también construyó
una. Se basa principalmente en la definición de Thrasher de 1927. Dice:
Las
pandillas representan el esfuerzo espontáneo de niños, niñas y jóvenes por
crear, donde no lo hay, un espacio en la sociedad (fundamentalmente urbano) que
sea adecuado a sus necesidades y en el cual puedan ejercer los derechos que la
familia, el Estado y la comunidad les han vulnerado. Emergiendo como grupos de
la pobreza extrema, la exclusión y la falta de oportunidades, las pandillas
buscan satisfacer sus derechos a la supervivencia, protección y participación,
organizándose sin supervisión y desarrollando sus propias normas y criterios de
membrecía, afianzando una territorialidad y una simbología que otorgue sentido
a la pertenencia grupal. Paradojalmente, esta búsqueda de ejercer ciudadanía
es, en muchos casos, violatoria de los derechos propios y ajenos, generando
violencia y crimen en un círculo que retroalimenta y perpetúa la exclusión de
la que provienen. Por ello, las pandillas no pueden revertir la situación que
les dio origen. Siendo un fenómeno predominantemente masculino, las mujeres que
se integran a las pandillas sufren con mayor intensidad las brechas de género y
las inequidades propias de la cultura dominante[19].
En este
intento de definición ecléctica aparecen conceptos de derechos vulnerados,
ciudadanía y jóvenes activos buscando mejores condiciones de vida. Son temas
que hemos visto en relación con el vínculo entre políticas sociales y política
criminal, y que son centrales en los abordajes sociológicos del delito. Pero como
dice el mismo trabajo de la OEA, intenta “transformar la visión del niño, niña
y adolescente pandillero como aquel victimario que hay que perseguir y
encarcelar, para restaurarle su condición de ciudadano/a sujeto de derechos que
la misma sociedad ha marginado y ha desprotegido, violando el principio de
universalidad e inalienabilidad de tales derechos”[20].
Reincidimos
con la pregunta: ¿Qué es una pandilla? Desde la época de Thrasher las describen
como grupos no supervisados armados, grupos que están en conflicto con otros
grupos o con el Estado. Pero no colocan al delito como una condición necesaria.
2.1. Buscando nuevos aires
Repasemos.
La Escuela de Chicago entiende pandillas como fenómeno local producto de la
desorganización social resultante del proceso acelerado de crecimiento urbano.
Cree en las bondades de la modernidad y su capacidad de organizar la sociedad a
través de la producción: la comunidad local juega un papel decisivo y tiene los
instrumentos para superar las causas que generan pandillas e integrarlas
socialmente. Es una perspectiva que se corresponde con la media modernidad y la
sociedad industrial, donde los grupos juveniles transgresores representaban la
informalidad.
Pero aquella
sociedad industrial de principios del siglo XX ya no existe. La modernidad
tardía se caracteriza por la economía global, el crimen internacionalizado y
los estados debilitados (como proyecto incumplido de bienestar general y como
institucionalidad anémica consecuencia de las políticas neoliberales). Las
pandillas de fin de siglo XX y principios del XXI tienen otras características:
proliferan en grandes ciudades de todo el mundo, los miembros acceden a
mercados ilícitos buscando procurarse recursos en contextos de grandes
desigualdades y segregación. En algunos lugares se involucran en la violencia
armada organizada, por ejemplo las maras centroamericanas, los grupos
vendedores de drogas en Brasil, las bandas colombianas. Esas pandillas son
bandas que se han institucionalizado en su entorno[21].
Las
definiciones de pandillas del tiempo de Thrasher atribuidas a la urbanización,
la inmigración acelerada y la desorganización social deben ser revisadas hoy en
el contexto de la globalización como de sus consecuencias económicas y
sociales. Carles Feixa sostiene que la definición de pandillas “se empezó a
utilizar hace un siglo aproximadamente en ciencias sociales, para referirnos a
un tipo de agrupación local vinculada a un barrio, a una calle, a una esquina,
y seguimos utilizándola para referirnos a realidades muy distintas. Hoy la
mayoría de las pandillas con las que estamos trabajando, ya no son grupos
locales, de calle, de barrio o incluso de ciudad, sino que son en efecto
agrupaciones que van más allá del territorio”[22].
Nuevos
tiempos, nuevos modos de producción, nuevas formas de circulación de material y
simbólica, inciden en las lógicas de los grupos, en el uso del tiempo y del
espacio. Perea Restrepo, desde un análisis cultural de las pandillas como
producto y reacción a las dinámicas sociales, propone un criterio amplio: “el
título de pandilla se adquiere mediante la asunción del tiempo paralelo. En su
universalidad. No obstante cada país, según las formas de expresión y
tramitación de sus conflictos, le imprime una singularidad a sus pandillas”[23].
El tiempo paralelo es el propio tiempo: el pandillero no participa de los
circuitos que arman la vida corriente y tiene un tiempo propio, lejos del
convenido socialmente. Es un tiempo sin urgencias, fuera de los horarios, donde
rige el día a día en contra de la previsión.
Mauro
Cerbino ha trabajado con pandillas globalizadas como los Latin King en
distintos contextos nacionales. Las llama pandillas globalizadas. Desde esta perspectiva,
entiende las pandillas, barras o grupos juveniles callejeros como comunidades
emocionales que ofrecen contención, apoyo, protección y un sentido a la vida de
los miembros, justamente faltas que han tenido en sus entornos familiares en
situaciones de extrema exclusión y donde los jóvenes no han podido llegar a
sentirse plenos[24].
Muchas
investigaciones han pensado las pandillas en relación con la
desindustrialización. Un ejemplo es el texto “People and Folks” de John
Hagedorn[25].
Pero, como el propio Hagedorn sostiene 20 años después en “Gangs in the late
modernity”, las pandillas deben ser entendidas en un contexto mayor a la
pérdida de las industrias, tomando distancia de la fe ciega de la Escuela de
Chicago en el desarrollo de la producción capitalista. El nuevo contexto es el
de la globalización[26].
Hay algunas pistas en los trabajos sobre las aglomeraciones de Klein[27],
la informalidad en Castells[28]
y la exclusión geográfica[29].
Tanto
Hagedorn, Cerbino, Brotherton, e incluso Perea, incorporan una nueva perspectiva:
la mirada de la criminología cultural sobre las pandillas como actores
políticos en los barrios empobrecidos propios de la modernidad tardía, es un
análisis integrador de estas nuevas perspectivas.
En esta
lectura de las pandillas y la política, la banda se ve como un actor de bajo
nivel político y económico, capaz de dar protección a una comunidad ante el
abuso del Estado, mediar en las controversias de justicia callejera, y
dispensar algunos servicios en ausencia del Estado o de cualquier forma legítima
de acumulación de capital económico[30].
Brotherton
cita a Touraine[31],
cuando dice que lo importante es preguntarse cómo aquellos grupos de personas
que no son considerados hacedores de la historia, en la época posindustrial, se
vuelven movimientos sociales. Aunque sostiene que algunas pandillas no pueden
jugar un rol de liderazgo político de vanguardia, porque no pueden trascender
sus normas pro estatu quo.
Consideraremos
dos perspectivas a partir de dos autores que miran a las pandillas en el nuevo
contexto social. En ambos casos encuentran en la criminología cultural las
respuestas para un mejor entendimiento de las pandillas como organizaciones
callejeras (Brotherton) o como un nuevo espacio de institucionalización en
sociedades duales y de alta exclusión (Hagedorn).
2.2. Pandillas en sociedades posindustriales: actores sociales
Desde una
perspectiva de la seguridad en el abordaje de la violencia juvenil, el tema
principal son los delitos. Ya hemos visto que hay enfoques sobre los grupos de
jóvenes en situación de violencia que se concentran en el delito como
característica de las pandillas. Pero el delito tipificado en los códigos
penales no es una creación divina. Alguien se vuelve delincuente porque
transgrede una ley escrita por representantes políticos con la función de
legislar en función de un determinado orden social. Definir qué es delito y qué
no lo es, en definitiva, es una decisión política que hace al ordenamiento
social personalizando y persiguiendo algunos comportamientos.
Los delitos
dependen entonces de los proyectos de sociedad vigentes, de las relaciones de
fuerzas políticas, de la voluntad de las autoridades de hacer cumplir esas
leyes, y sobre quiénes caerá el castigo si no las cumplen. Definir una pandilla
desde el delito es relativo y se corresponde con esa correlación de fuerzas
para imponer un orden social. En algún momento serán pandillas por delinquir y
en otro caso no. Hay que contemplar otras miradas que se preocupan de cómo se
organizan los grupos y cómo se articulan con lo social. Incluyendo las
actividades ilícitas.
Por eso
seguiremos las perspectivas que se nutren de la criminología crítica para
entender las pandillas como productos de época. Nos concentraremos en dos
perspectivas complementarias.
Brotherton y
Barrios (2003) hablan de las pandillas como “organizaciones de la calle”[32].
Las definen como grupos integrados por jóvenes de clases populares, que sufren
la exclusión y que construyen con la organización una identidad de resistencia
en términos de Castells[33],
que alcanza a sus miembros y les ayuda a tener poder (en lo personal y también
como grupo), encontrar una referencia, alivio espiritual y constituirse en una
voz para cambiar la situación de marginalidad y pobreza en que viven.
John
Hagedorn[34]
define las pandillas como “organizaciones de los excluidos socialmente y de
grupos de adolescentes, institucionalizados en las calles o con la asistencia
de grupos armados ya institucionalizados”. Delinquir participando en la
economía subterránea y la venta de protección, son condiciones para la
supervivencia.
¿Qué tienen
en común las dos perspectivas? Coinciden en que las pandillas son
organizaciones definidas en el ámbito urbano que aportan a sus miembros
posibilidades de sobreponerse a las consecuencias de la socialización
homogeneizante en la sociedad capitalista en su más reciente estadio, donde el
Estado aparece debilitado. Hagedorn se ocupa de las organizaciones
institucionalizadas, aquellas insertas en mercados ilegales donde la
resistencia es violenta. Brotherton enfatiza en las posibilidades de las
“organizaciones callejeras” para dar alivio personal, pero al mismo tiempo
canalizar la resistencia en cambios. Los dos se apartan de la mera
criminalización para concebirlas como actores sociales del cambio. Profundicemos.
2.2.1. Pandillas:
organizaciones callejeras
Partimos de
la idea de que las pandillas puedan “reformarse” políticamente, aportar al
cambio del statu quo donde residen las causas de la violencia que las afecta.
Es una perspectiva que ha comenzado a ser estudiada. Aunque la tradición
académica sostiene que las pandillas y grupos marginales no ayudan a formar
actores sociales con conciencia política.
Seguiremos a
Brotherton[35],
que teoriza pensando los rebeldes primitivos de Eric Hobsbawm[36]
en los hiperguetos donde las pandillas pueden ser un recurso para el desarrollo
comunitario.
Haciendo
historia, ha predominado en los estudios académicos la concepción de los
jóvenes en pandillas como desviados, aunque en complicidad y servicios mutuos
con la comunidad. Sin embargo, las pandillas norteamericanas tuvieron un cambio
importante en los años ‘70: incorporaron un repertorio de demandas sociales y
raciales. Las pandillas se politizaron hasta convertirse en un actor político
relevante en varias ciudades. Este antecedente guía la perspectiva de
Brotherton.
Hagamos
historia sobre la evolución del fenómeno de las pandillas en el contexto de
Estados Unidos. Durante los años ’30, los pandilleros se vincularon a la
política trabajando como matones de los partidos, moviéndose en la zona gris
entre crimen y política (se trataba de “mano de obra” barata en actividades
ilegales, como aún hoy es posible ver). Por ejemplo, las pandillas de
irlandeses fueron reclutadas políticamente en Nueva York como las “bandas de
voto” que intimidaban con la violencia para conseguir sufragios. Durante los
mismos años, las pandillas blancas en Chicago fueron parte de los clubes
sociales y deportivos que cumplían la función de estabilizar los vecindarios
cercanos al cinturón negro (gueto) de manera de asegurar la división racial.
Tuvieron mucho que ver con las políticas de segregación. Estos favores
políticos muchas veces fueron recompensados con cargos para trabajar como
policías, consiguiendo la inserción laboral formal, pero en un marco doctrinario
de las instituciones policiales donde se buscaba regular el delito.
Cuatro
décadas después se radicalizaron políticamente. Corrían tiempos de conmociones
sociales, políticas y represión estatal. Algunos estudios relatan la aparición
de las súper pandillas (supergangs) en las cárceles con un discurso
nacionalista, acorde con la contra cultura de la época. Allí convivían
encerrados los jóvenes de los guetos junto con líderes sociales también
encarcelados. La respuesta penal contra las pandillas y grupos sociales
demandantes facilitó la transferencia de conocimientos y la construcción de
causas comunes. Para los grupos juveniles fue un paso de las márgenes hacia el
centro de lo social. Sin embargo, quedaron limitados a la retórica de la
reivindicación, sin poder articular liderazgos y visiones que los llevaran a
proponer una alternativa social.
En este
contexto conservador, de mayor polarización económica y fragmentación social,
la explicación sobre el involucramiento de jóvenes en pandillas fue asociarlas
con las clases bajas y pobres, predominantemente negros y latinos, profundizando
el componente racial en las políticas de seguridad. De este modo también, negar
la condición transformadora que los grupos juveniles habían mostrado en los
años ’70, y justificar su persecución penal, según repasa Brotherton[38].
Las llamadas
“súper pandillas” terminaron nuevamente aisladas, borrando cualquier
posibilidad de convertirse en referentes de algún cambio. Mantuvieron un
discurso contestatario que no alcanzó para erguirse en representantes de sus
comunidades. Por el contrario, fueron vistas como organizaciones de derechas,
infiltradas, reproductoras de las condiciones de sometimiento racial y de
clases.
Hubo un
nuevo cambio de época.
Con el fin
del milenio se aproxima una escena post industrial, la era de la información,
otro punto de vista cobró impulso: las pandillas como actores políticos en los
barrios urbanos social y económicamente postergados por un desarrollo desigual.
En esta lectura de las pandillas y la política, la banda se ve como un actor de
bajo nivel político y económico, capaz de dar protección a una comunidad del
abuso del Estado, mediar en las controversias de justicia callejera y ofrecer
algunos servicios en ausencia del Estado o de cualquier forma de legítima de
acumulación de capital[39].
Los tiempos
cambiaron, los grupos cambiaron y la perspectiva teórica también debe cambiar.
2.2.2. Resistencia
y movimiento social
Brotherton
sostiene la concepción de las pandillas como posibles organizaciones de
resistencia sobre tres pilares: estudios de movimientos sociales, la identidad
de resistencia y la sociedad de la comunicación como un nuevo momento global. Lo
hace valiéndose fundamentalmente de los aportes teóricos de Alain Touraine (la
lucha por imponer un sentido a la historia) y Manuel Castells (identidades de
resistencia).
Alain
Touraine entiende que en cada movimiento hay actores que pelean por el control
de la historicidad: definir las grandes orientaciones de la sociedad y sus
relaciones. Por lo tanto, los movimientos sociales no solo buscan el cambio
social sino que intentan sacar a la luz esas orientaciones de la sociedad
subyacentes expresadas en las instituciones con las que el movimiento está en
conflicto. Se trata de imponer una cultura que genere las acciones
transformadoras[40].
Siguiendo a
Touraine, Castells[41]
aplica su teoría de los movimientos sociales a la era de la información.
Analiza la importancia de la identidad como una construcción de las comunidades
excluidas en la modernidad tardía. A partir de un marco teórico ecléctico,
explica la emergencia de los movimientos de resistencia que a veces no
persiguen el cambio estructural, pero pueden definir sus espacios culturales.
Para
Castells, la identidad es el proceso de construcción de significados tanto por
individuos como por colectivos, por el que ciertos recursos de sentido son
priorizados sobre otros y eventualmente internalizados. E identifica tres tipos
diferentes de identidad que son factores importantes en el desarrollo de los
movimientos sociales: legitimidad, resistencia e identidad de proyecto. En los
movimientos sociales interactúan estas identidades, aportando a su complejidad.
Pero son la identidad de resistencia y la identidad de proyecto las que se
relacionan con los movimientos de oposición a un orden social determinado. Pero
en tiempos posmodernos tiene más relevancia la identidad de proyecto, porque es
consecuencia del proceso en que los miembros y sus respectivas afiliaciones
crean sus autorrepresentaciones y actúan en consecuencia.
A partir de
estos aportes, Brotherton se propone repensar las pandillas como organizaciones
callejeras. Si la literatura previa ya revisada nos da argumentos para entender
las pandillas en su dimensión política, entonces hay que repensar esos estudios
y ampliarlos. Plantea como un primer desafío cambiar el concepto de pandillas
por “organización de la calle”, contrastando distintos momentos de los grupos
en el ámbito local de estudio (Nueva York), pero que intenta generalizarlo como
fenómeno de época.
Tabla 2
Cambio de pandillas en Nueva York (1985-1999)
Comparación
|
Organizaciones callejeras
(Street
Organizations)
|
Pandillas
(Gangs)
|
Periodo
|
1996-1999
|
1985-1995
|
Estructura
|
Vertical con creciente nivel de
descentralización.
|
Vertical con limitado nivel de autonomía
local.
|
Territorio
|
Extraterritorial
|
Situado territorialmente
|
Ideología
|
Comunitaria/utopía/espiritual
|
Supervivencia callejera/empresarial/sectaria
|
Educación
|
Pro escuela en la retórica y en la práctica.
|
Antiescuela en la práctica, pero
retóricamente pro escuela.
|
Delincuencia
|
Aunque algunas personas se dediquen a la
delincuencia, esto no es sancionado por el grupo.
|
Retórica antidelincuencia, pero alta
tolerancia en la práctica
|
Gestión de conflictos
|
Mayormente negociación y mediación en los
conflictos inter e intragrupo con soluciones físicas como último recurso.
|
Negociación y mediación, pero confrontación
y soluciones retributivas entre grupos; la solución al conflicto es común
intragrupos y al interior de los grupos.
|
Atuendo
|
Collares y colores a menudo mostrados en sus
lugares.
|
Colores y objetos de consumo mostrados
universalmente.
|
Integración
|
Alta solidaridad, mantenida a través de la
presión moral y política.
|
Lealtad mantenida a través de amenazas
físicas y presión del grupo.
|
Duración
|
Permanencia a largo plazo; entrada y salida
del grupo a través de un acuerdo de consentimiento mutuo.
|
Permanencia a largo plazo; entrada a través
de mutuo consentimiento, salida más difícil e incluye penalidades físicas.
|
Comunicación
|
Reuniones locales y generales, boletines,
reuniones cara a cara.
|
Locales y generales, y reuniones cara a cara,
pero muchas decisiones tomadas a través de misivas secretas.
|
Fuente: Traducido de BROTHERTON, D. “Toward the gangs as a social movement”, en HAGEDORN, J.
(ed.), Gangs in the global city. Alternatives to Traditional Criminology. Illinois University, Chicago, 2007.
El segundo
desafío es construir un marco teórico que permita un análisis más profundo de
las pandillas en su dimensión política. Las respuestas las da Touraine con los
tres principios que identifica en construcción del movimiento social posindustrial:
identidad, oposición y totalidad.
¿Cómo se
configura esa identidad de resistencia? Carles Feixa lo explica en el contexto
de las pandillas españolas formadas principalmente por inmigrantes latinos,
valiéndose de elementos de las teorías del interaccionismo simbólico: “Para
cualquier grupo alejado del poder, la única manera de recuperar cierta autoestima
personal y colectiva es reforzar lo que otros consideran negativo de la propia
imagen. En ese sentido, el hecho que alguien hable muy mal de algo provoca la
reacción contraria”. Pero, cómo opera el discurso mediático señalador de las
pandillas en el refuerzo de estas identidades:
Lo nuevo en
el caso de las pandillas, su exotización, su manipulación mediática, supone que
los imaginarios que antes se transmitían vía oral o cara a cara, ahora se
transmiten de múltiples maneras y no siempre de forma unidireccional. Los
jóvenes utilizan los símbolos que encuentran en Internet, porque Internet se
convierte cada vez más en el medio, en el territorio donde toda la retórica, la
simbología de los chicos de la calle están presentes. Y al final ni los
investigadores, pero tampoco los propios miembros saben qué hay de auténtico
(entre comillas) y qué hay, digamos, de recuperación mágica en los símbolos,
discursos, retóricas, incluso en la historia de estos grupos[42].
Sintetizando,
¿qué es una organización callejera?
Es un grupo
formado mayormente por jóvenes y adultos de una clase social marginada que
intenta proveer a su membrecía una identidad de resistencia, una oportunidad de
ganar poder individual y colectivo, una voz para responder y cuestionar la
cultura dominante, un refugio del estrés y presiones de la vida del barrio o
gueto y una comunidad espiritual dentro de la cual los propios rituales
sagrados pueden ser creados y practicados[43].
2.2.3. Pandillas
como institucionalización alternativa
La segunda
perspectiva, con muchos puntos de contacto con la anterior para repensar el
fenómeno, son las “pandillas institucionalizadas”. Es decir, aquellas que
formalizan sus estructuras e incluso llegan a redactar sus constituciones. En
muchas, “sus miembros se refieren a sí mismos como integrantes de una
organización”. Se trata entonces de pensarlas como organizadoras de las
personas, sus tiempos, sus lugares y acciones, en esos espacios en los que el
Estado está ausente. Los guetos y villas son parte del cuarto mundo de la miseria
del que habla Manuel Castells, y allí las pandillas ocupan un lugar cada vez
más importante en la producción de lógicas sociales. “Cada pandilla es
principalmente un producto del gueto y proporciona a sus miembros y comunidades
un amplio rango de funciones sociales, económicas y simbólicas”[44].
Tomemos como
ejemplos cuatro casos emblemáticos de institucionalización de pandillas: las súper
pandillas de Chicago, las facciones de la droga en Río de Janeiro, las bandas
de “color” como las bandas “numbers” de Ciudad del Cabo, y los Aztecas en las
ciudades fronterizas entre Estados Unidos y México (especialmente Ciudad
Juárez). En los cuatro casos nacieron en contextos de alta discriminación
racial, se estructuraron dentro de prisiones y lideradas por referentes
políticos encarcelados por las prácticas de represión. Inequidad, represión
social, política y cárceles, cocaína y la defensa del espacio como mercado,
racismo e identidad son los tres ejes que sostiene Hagedorn[45]
como los factores para la institucionalización de las pandillas.
Hay que
tener en cuenta: (a) El impacto sobre las pandillas de los procesos de
aglomeración, gentrificación y la pacificación de las fronteras urbanas; (b) La
relación entre la institucionalización de las pandillas contemporáneas y la
informalización de la economía; (c) La convergencia del gueto y la prisión en
el clima revanchista que se organiza en el ámbito carcelario.
El fenómeno
de los grupos violentos puede entenderse como “nuevas guerras”, según Mary
Kaldor[46].
En las últimas décadas predominan sobre los conflictos entre estados, los
conflictos entre jóvenes de grupos armados. Se trata de grupos violentos y
redes que incluyen sectas radicales de fundamentalistas islámicos, milicias de
católicos y protestantes en Irlanda del Norte, pandillas hindúes y musulmanes
en la India, grupos seculares revolucionarios como los zapatistas y otras
guerrillas, células terroristas como Al Qaeda, los Warlords en los Balcanes y
Somalia, tribus rivales en Rwanda y Burundi, sindicatos del crimen en Colombia,
Nigeria, Rusia, entre otros[47].
Como ya
hemos visto, los estudios de la Escuela de Chicago son un ejemplo de las
teorías de la modernidad. Su desafío, que también alcanza a sus trabajos sobre
pandillas, fue cómo asimilar a los inmigrantes y las culturas tradicionales a
la nueva sociedad industrial. Modernizar y movilizar a las comunidades era la
solución a la desorganización social y a la lucha de clases. Reformar e incluir
al que se adaptara a un modelo predefinido. Creían en una racionalidad de parte
del Estado y una capacidad de la sociedad civil para incluir evitando la
discriminación, reduciendo la pobreza y la desorganización social.
Pero la
perspectiva de la Escuela de Chicago, centrada en el desorden urbano y el
efecto contagio, expresada en su paradigma ecológico, borró de sus estudios los
aspectos vinculados a la segregación racial. Los tiempos han cambiado y hay un
fortalecimiento de las perspectivas de grupos, religiones y localismo[48].
Tabla 3
Comparación de perspectivas
Criminología tradicional
(Escuela de Chicago)
|
Nuevas perspectivas[49]
(pandillas como
organizaciones callejeras / institucionalizadoras)
|
Las pandillas son grupos
desviados y salidas temporales para los adolescentes en el camino progresivo
de la modernización.
|
Mientras más pandillas hay de
grupos de adolescentes pobres no supervisados, muchos otros son
institucionalizados en guetos, barrios y favelas alrededor del mundo.
|
Las pandillas son una forma
paradigmática de Estados Unidos, producidas por la industrialización y la
urbanización.
|
Las pandillas se pueden
encontrar en todo el mundo y responden a menudo a los cambios espaciales y a
la globalización de las ciudades.
|
Las pandillas son principalmente
jóvenes, producto de la desorganización social y no son primariamente organizaciones
raciales o étnicas.
|
Las pandillas son actores
sociales cuyas identidades son formadas por opresión étnica, racial y/o
religiosa; a través de la participación en la economía informal; y a través
de la construcción de género.
|
Siguiendo a
Hagedorn[51],
hay otro aspecto que también cambió: la idea de que la economía informal va a
estar bajo el control de los estados nacionales, resulta inexacta. Por eso la
relación estrecha que se puede observar en distintas partes del mundo entre
pandillas y economías informales no es una excepción sino que se ha vuelto una
regla. Y al mismo tiempo se han fortalecido los mercados y debilitado los
estados nación. Se han privatizado muchas funciones que tenían los estados y
han surgido redes criminales mundiales ante la incapacidad de control estatal
sobre aspectos de sus gobiernos y sus sociedades. Los grupos criminales más
sofisticados se han convertido en la vanguardia del capitalismo, con mayor
capacidad de adaptación y de aprovechamiento de las oportunidades económicas
que ofrece el debilitamiento de los estados nación.
En las
últimas dos décadas, muchas pandillas en todo el mundo encontraron en la venta
de drogas prohibidas una fuente de ingresos muy importante. Esto se entiende en
la persistencia de la economía informal en la era actual y sus reglas de
funcionamiento globales. “La organización del tráfico de drogas se ha
convertido en un principio organizador central de las pandillas
institucionalizadas(…) Las pandillas ahora no sólo proveen hermandad para los
jóvenes sino también una iniciación al trabajo y una fugaz, pero atractiva
promesa de fabulosas riquezas”, describe Hagedorn[52].
Pero también estas organizaciones están involucradas en actos de extorsión,
sicariato y cobro por protección para circular por territorios que controlan.
No hay que
sorprenderse. La supervivencia en la economía informal ha sido una de las
principales funciones de las pandillas organizadas. Hay que recordar que la
prohibición de la venta de alcohol alentó la unificación de las pandillas de
barrios en la mafia italiana de Al Capone y la formación de un staff permanente de matones y
traficantes que permitía un nivel de ingresos para los jóvenes con perfiles
violentos. Las Triads chinas controlan el mercado de drogas y personas desde
hace décadas en el sur de Asia. Y en los últimos años, las bandas de todo el
mundo aparecen vinculadas al negocio de drogas. También hay grupos armados con
objetivos políticos que sobreviven por el tráfico o la protección a
traficantes: Sendero Luminoso en Perú, los paramilitares y la guerrilla de las
FARC en Colombia, Al Qaeda en Oriente Medio. Las fronteras entre organizaciones
criminales, grupos nacionalistas, grupos integristas, organizaciones políticas,
terroristas y pandillas, son borrosas.
Otro de los
factores de la institucionalización de pandillas es el racial. La identidad
racial ha sido ignorada en la mayoría de los estudios que hemos visto. “La
segregación y la opresión racial han reforzado una identidad racial de gente
oprimida”, advierte Hagedorn[53].
También apela a Castells para explicar que las identidades de resistencia son
la base de movimientos sociales de todo tipo. La identidad de resistencia al
racismo, siguiendo a Hagedorn, se puede escuchar en el gangsta rap que relata
aflicción, rabia, híper masculinidad y una reacción individual ante la
exclusión colectiva. Y observa que esta cultura muestra la realidad en cárceles
y venta de drogas como un taller de la economía criminal y pandillas basadas en
la organización social[54].
Pero las
pandillas son más que rabia y masculinidad. Hay una coexistencia de pandillas
surgidas por exclusión racial, política o religiosa que responde a las
identidades de resistencia respecto a los procesos de la modernidad tardía. Es
que la espiritualidad está relacionada con estas organizaciones, con sus
identidades de resistencia y también suele estar atada a la violencia. Malcolm
X es un ejemplo de activismo racial y religioso. Es que “en la modernidad
tardía, racializar las identidades de resistencia es una posición clave de
poder para los oprimidos, incluyendo pandillas”[55].
Teniendo en
cuenta todo esto, podemos definir a las pandillas como “organizaciones de
personas socialmente excluidas. Si bien las pandillas comienzan como grupos de
adolescentes sin supervisión de pares y la mayoría sigue así, algunos se
institucionalizan en barrios, favelas, guetos y prisiones. A menudo, estas
pandillas institucionalizadas se convierten en empresas comerciales en la
economía informal y unas pocas tienen algunos puntos de contacto con los cárteles
internacionales. La mayoría comparte una identidad racial o étnica y una
cultura de oposición que los medios de comunicación difunden. Las pandillas
tienen vínculos variable con las instituciones convencionales y, en algunas situaciones,
asumen roles sociales, económicos, políticos, culturales, religiosos o
militares”[56].
¿Dónde está
el aporte de la criminología cultural? Esta definición de pandillas es
diferente a las de diversas subculturas de Cloward y Ohlin[57],
categorías organizacionales de Klein[58]
o de tipos evolutivos. La diferencia clave es el interés en la etnicidad y la
institucionalización, características de la modernidad tardía. Esta perspectiva
lleva a pensar el tema lejos de la justicia criminal. Y, como agrega Hagedorn:
“El reconocimiento de las pandillas como actores sociales es una condición
necesaria para la democracia en los Estados Unidos. Deben ser vistos como
socialmente excluidos del proyecto moderno y no como la hez de la tierra”. Y no
solo en Estados Unidos.
En síntesis,
estos grupos pueden ser pensados como actores sociales reaccionando contra la
homogeneización movilizada por el racismo, la segregación y la exclusión, en
tiempos en que se fortalecen las referencias locales y los credos. Parece ser
un proceso acelerado por las dinámicas económicas y de crecimientos poblacional
globales. Resumamos:
a) Hay urbanización fuera de la planificación y control estatal por una economía informal de los bienes, que genera condiciones para el crecimiento de pandillas. Sucede especialmente en América Latina, Asia y África.
b) Los estados se han retractado mientras crecen el flujo financiero, las políticas monetarias neoliberales y se enfatiza en políticas punitivas hacia las comunidades marginalizadas. Las pandillas y otros grupos de jóvenes armados se despliegan en los vacíos que dejó el Estado de bienestar.
c) Se fortalecieron las identidades culturales. Es el método principal de resistencia a la marginalización. El fundamentalismo religioso y el nacionalismo han sido adoptados por muchos miembros de pandillas; la cultura hip hop y la variante del gangsta rap también proveen poderosas identidades de resistencia e influencias.
d) La globalización ha permitido el florecimiento en algunas áreas de la economía informal como forma de supervivencia y rentabilidad, conectada internacionalmente por pandillas, cárteles y otros grupos similares.
e) Hay una nueva división del espacio en las ciudades a través del mundo, como consecuencia de la economía global[59]. Desarrollo económico, hacer ciudades seguras y limpiezas étnicas, son las razones esgrimidas por los grupos dominantes y las mayorías religiosas para sacar a los otros de los espacios urbanos. Estos cambios espaciales han influenciado la naturaleza y la actividad de las pandillas.
f) Algunas pandillas institucionalizadas comienzan a ser actores permanentes en comunidades y ciudades. Estas pandillas, a menudo, reemplazan o rivalizan con los grupos políticos desmoralizados y juegan roles importantes, aunque destructivos, en lo social, económico y político[60].
a) Hay urbanización fuera de la planificación y control estatal por una economía informal de los bienes, que genera condiciones para el crecimiento de pandillas. Sucede especialmente en América Latina, Asia y África.
b) Los estados se han retractado mientras crecen el flujo financiero, las políticas monetarias neoliberales y se enfatiza en políticas punitivas hacia las comunidades marginalizadas. Las pandillas y otros grupos de jóvenes armados se despliegan en los vacíos que dejó el Estado de bienestar.
c) Se fortalecieron las identidades culturales. Es el método principal de resistencia a la marginalización. El fundamentalismo religioso y el nacionalismo han sido adoptados por muchos miembros de pandillas; la cultura hip hop y la variante del gangsta rap también proveen poderosas identidades de resistencia e influencias.
d) La globalización ha permitido el florecimiento en algunas áreas de la economía informal como forma de supervivencia y rentabilidad, conectada internacionalmente por pandillas, cárteles y otros grupos similares.
e) Hay una nueva división del espacio en las ciudades a través del mundo, como consecuencia de la economía global[59]. Desarrollo económico, hacer ciudades seguras y limpiezas étnicas, son las razones esgrimidas por los grupos dominantes y las mayorías religiosas para sacar a los otros de los espacios urbanos. Estos cambios espaciales han influenciado la naturaleza y la actividad de las pandillas.
f) Algunas pandillas institucionalizadas comienzan a ser actores permanentes en comunidades y ciudades. Estas pandillas, a menudo, reemplazan o rivalizan con los grupos políticos desmoralizados y juegan roles importantes, aunque destructivos, en lo social, económico y político[60].
Hasta aquí
revisamos dos líneas de estudio complementarias: pandillas como actores
sociales (organizaciones sociales y pandillas como formas de
institucionalización alternativa). La primera mirada observa los cambios en las
organizaciones en el ámbito urbano y el proceso para mejorar sus condiciones de
subsistencia. La otra perspectiva analiza el rol social de los grupos violentos
en el ámbito de las economías ilícitas, construyendo identidades que se
incluyen en la marginalidad y permiten la subsistencia.
Desde una
perspectiva clásica, estos fenómenos hubieran sido reducidos a expresiones de
criminalidad organizada. Nos interesa llegar más allá. El enfoque de la
criminología cultural busca internarse en la dinámica de los grupos, sus acciones,
sus construcciones de sentidos para alcanzar otra dimensión en la comprensión
de la violencia y el delito.
3. Organizaciones juveniles como
construcción de ciudadanía
A
partir del repaso de estas líneas de investigación y los aportes de las nuevas
miradas criminológicas, nos vamos aproximando a otro entendimiento de las
pandillas como actores sociales en el contexto de ciudades posindustriales y
globalizadas. ¿Cuáles son los principales aportes de la criminología cultural
para repensar el fenómeno del delito y también aplicarlo a las pandillas?
a) Busca un tratamiento integral del crimen en sus aspectos de experiencia sensitiva y psicológica.
a) Busca un tratamiento integral del crimen en sus aspectos de experiencia sensitiva y psicológica.
b) Incorpora
la experiencia dentro de la metodología, apartándose de cierto objetivismo.
c) Describe
la relación entre los factores ocultos y visibles del crimen como acción.
d) Atiende
a la producción de una estética propia de lo criminal, en términos de lo
anormal y subversivo.
e) Establece
un repertorio de respuestas a las formas de control social.
Estas
perspectivas son claramente aplicables al trabajo con pandillas. Digamos ahora
que los aportes de la criminología cultural se puede advertir en los conceptos
que presenta Feixa[61]. Habla de transnacionalismo desde arriba diferente del
transacionalismo desde abajo, “que es la suma de operaciones contrahegemónicas
de las no elites que rechazan la asimilación hacia cualquier nación-estado
incluyendo las prácticas cotidianas de la gente corriente”. En el contexto de
Barcelona, advierte que se presentan nuevas formas de socialibilidad sin
fronteras geográficas ni de tiempo, pero que permiten reconstruir identidades
globales. “Se trata de identidades híbridas que corresponden a las culturas
juveniles de la era global”.
Dentro
de los grupos de adolescentes y jóvenes violentos, más o menos divagantes, más
o menos organizados, hay capital social que es posible comprender y abordar
desde su reconocimiento como grupos con derechos vulnerados. La única forma de
gestionar esos conflictos es poner oreja y decodificarlos. Entonces, las
medidas de control violento quedan relegadas a una última instancia.
En esta línea, sostienen
Pérez y Luz:
La
pertenencia a un grupo o colectivo organizado de jóvenes es un elemento
positivo. Estas agrupaciones ofrecen unos lazos de solidaridad, identidad e
institucionalidad que el Estado no tiene la capacidad de ofrecer. Son grupos
que han adquirido sus propias tradiciones culturales. Dichas culturas están más
parcialmente integradas a la cultura hegemónica que opuestas a ella. Lo que sí
es condenable es el comportamiento violento (…) Estos grupos poseen estructuras
institucionales particulares de identidad, autoridad, lealtad y sentimiento de
pertenencia a un grupo, además de un conjunto de códigos y normas propias[62].
Desde esta perspectiva,
se requiere un cambio radical de rumbo de las políticas destinadas a estos
grupos, con una agenda política que contemple los siguientes enfoques:
políticas integrales, específicas, concertadas, descentralizadas,
participativas y selectivas, como desde hace casi un siglo propuso la Escuela
de Chicago[63].
Un
paso adelante es trabajar con los grupos de modo que puedan ser agentes
sociales del cambio. La conciencia y el compromiso social para transformar las
comunidades de parte de niños, niñas y jóvenes con historias marcadas por la
violencia, tiene muchos antecedentes en nuestras sociedades latinoamericanas.
La
prevención social a través del compromiso social que trasciende el presente
eterno, el tiempo paralelo, y que en cambio estimula identidades y compromisos,
también fuera del grupo, da respuesta a las nuevas formas de exclusión en la
modernidad tardía. Aporta relatos integradores, identidades colectivas y
seguridad en contextos de inmediatez absoluta, fragmentación de la vida, de los
espacios urbanos, de las historias y las experiencias. Concluyendo: es
necesario valorar las oportunidades de prevención que ofrecen el reconocimiento
y la participación de niños, niñas y jóvenes en transformar a través del
compromiso social y el involucramiento político las condiciones, tanto
estructurales como culturales, que generan violencia[64].
En
el próximo acápite revisaremos algunos programas que entienden los grupos
juveniles afectados por la violencia como organizaciones, valiéndose de
preceptos comunes con la criminología cultural como organizaciones, como
actores políticos capaces de generar cambios.
4. Grupos juveniles afectados por
la violencia como actores sociales del cambio
La
criminología cultural es una elaboración conceptual de algunos de los teóricos
de la criminología crítica, que encuentran en los estudios culturales una
mirada sobre la producción discursiva contrahegemónica para entender las formas
de violencia como reacciones a los procesos de una sociedad excluyente a partir
de formas bulímicas.
Este
enfoque teórico aporta un marco conceptual para pensar las pandillas y grupos
de jóvenes en situación de violencia como actores en la construcción de un
nuevo orden en el espacio marginal, que participan en las disputas por poder y
las prácticas violentas con una cara visible de este comportamiento. No se
trata de justificar la violencia, sino de entender las dinámicas que operan detrás
de esta, evitando la clasificación de los comportamientos que fundamentan la
supresión violenta de los conflictos que proponen en beneficio de un orden que
no los incluye. El desafío es entender a los grupos y sus miembros como sujetos
de derecho, más allá de sus comportamientos, entender los conflictos que
proponen apelando a veces a la violencia, para prevenirla a través de una
gestión asertiva.
En
este capítulo analizaremos brevemente cuatro proyectos que se basan
metodológicamente en la criminología cultural, que abordaron pandillas como
grupos en distintos contextos, mostrando que para una buena comprensión y
abordaje es necesario trabajar con los grupos y entregarles herramientas para
que expresen los conflictos hacia el orden social de manera no violenta. Esto
implica transformaciones en los grupos, pero también en el entorno. En estos
primeros casos analizados, las universidades y el propio gobierno fueron los
que tomaron la iniciativa de reconocerlos como actores sociales.
Luego
revisaremos otros ejemplos donde el trabajo con grupos incluyó, además de
abandonar comportamientos violentos, la concientización y acción política de
los grupos para incidir en cambios de su entorno. Se trata de modificar las
causas estructurales de la violencia que sufrieron y reprodujeron. Sobre este
aspecto ensayaremos algunas reflexiones para finalizar el capítulo.
4.1. De organizaciones de la calle a actores sociales
La
criminología cultural propone el tratamiento integral para la violencia,
trabajar desde una perspectiva vivencial entendiendo la relación entre factores
visibles y ocultos, y concibiéndolo como un repertorio alternativo a las
prácticas más tradicionales del control social. Aplicado a pandillas y grupos
de jóvenes afectados por la violencia, Brotherton identifica cuatro ejes a
partir del trabajo con Latin Kings en Nueva York[65].
a) Hay interés en el aspecto emocional. Hay una apuesta emocional en el acto transgresor. Por ejemplo, los pandilleros Latin Kings le dan mucha importancia al aspecto emocional, los rituales, representación, al juego, y a otras formas de trabajo expresivo y trascendente. La pertenencia no es un acto racional, sino que hay un posicionamiento físico y emocional, de compromiso con sus pares como ámbito intermedio; es un acto de clase que está determinado por historias de juego de poder.
a) Hay interés en el aspecto emocional. Hay una apuesta emocional en el acto transgresor. Por ejemplo, los pandilleros Latin Kings le dan mucha importancia al aspecto emocional, los rituales, representación, al juego, y a otras formas de trabajo expresivo y trascendente. La pertenencia no es un acto racional, sino que hay un posicionamiento físico y emocional, de compromiso con sus pares como ámbito intermedio; es un acto de clase que está determinado por historias de juego de poder.
b) Lo
underground. Busca los aspectos
ocultos de la ciudad, lo que está debajo de la superficie con la etnografía, en
lugar de usar encuestas. Los Latin Kings asumen la ciudad como un todo, y se
diferencian de otras organizaciones juveniles callejeras por el rechazo a la
idea de territorio. Brotherton los describe como vagabundos urbanos. De este
modo permiten a otros identificarse y rescatar su identidad en otras partes del
mundo. Lo que la Escuela de Chicago vería como algo patológico, puede ser leído
como fortalezas de la comunidad, capacidad de adaptación y resistencia.
c) Resistencia
social. Pone atención sobre actos conscientes e inconscientes de desafío y
transgresión. Esos actos muestran y extienden las relaciones de opresión
vividas, la añoranza de la libertad y autonomía. Estos aspectos de infrapolítica
aparecen en acciones de los grupos: participación en protestas políticas; en
difusión de conceptos e ideas que critican las desigualdades de poder en las
sociedades; tienen capacidad de autorganización, de producir contra-memoria y
reacción a un orden impuesto por el mercado laboral y el consumo; interactúan
con otros grupos cuestionadores del sistema, convirtiéndolo en autorreflexión e
intentos de transformación.
d) Relativismo.
No se ocupa de juzgar normalidades sociales, ni códigos de pandillas, sino que
respeta los conocimientos de los excluidos, analizados a través de distintas
formas de producción de mensajes. Crear un conocimiento cuestionador del orden
es también un desafío de los investigadores que, al sumergirse en las dinámicas
del grupo, deben revisar sus prácticas y distancias.
Visitemos
casos donde las tecnologías, las artes urbanas y las propias dinámicas de poder
por el control territorial son abordadas reconociendo la dimensión subjetiva,
revisando las múltiples dimensiones de los grupos, entendiendo sus prácticas
como una respuesta que aporta insumos para un trabajo integral de prevención de
la violencia en función de la cohesión social.
4.1.1.
Nueva York: organizaciones de la calle
El
Proyecto Organizaciones de la Calle lo desarrolló la Universidad de la Ciudad
de Nueva York-John Jay College, bajo la dirección del psicólogo Luis Barrios y
el sociólogo David Brotherton, de quienes hemos analizado sus aportes teóricos.
La iniciativa tenía entre sus metas y objetivos acompañar, concientizar,
organizar, movilizar y documentar críticamente las subculturas juveniles en las
calles de la ciudad de Nueva York. Los guiaba una metodología de investigación,
acción y participación. La experiencia dio insumos para romper con los
rudimentos de la psicología y la sociología tradicional sobre el tema de
pandillas. La experiencia buscó empoderar a la comunidad y a los jóvenes
envueltos en estos grupos, y articular sus voces a través de publicaciones y
presentaciones académicas y comunitarias. El resultado final fue la
consolidación de los grupos como actores sociales incidiendo en políticas
públicas. Conozcamos un poco más.
El
trabajo con pandillas se inició en 1996, promediando el mandato del alcalde
conservador Rudolf Giuliani, el “líder más populista y autoritario de Nueva
York en el último siglo”, según el propio Brotherton. Esa gestión tuvo como
principal consigna reducir la tasa de criminalidad, reducir la inversión en
servicios sociales calificados como excesivos, y preservar la ciudad como un
ámbito para vivir y hacer negocios.
La
dinámica política colocó a los Latin King como el paradigma del enemigo público
para el orden y la seguridad de Nueva York. Fueron etiquetados como parte de un
círculo vicioso que afectaba a dominicanos y puertorriqueños de clases
populares. Un juicio al jefe de la pandilla terminó de montar una escena
maniquea del bien contra el mal.
En
las comunidades donde se originaban las pandillas, las condiciones sociales de
vida eran de deterioro urbano y social. La mitad era pobre, sin educación
secundaria completa, dos de cada tres familias eran monoparentales y en la
misma proporción no tenían seguro de salud. Estos grupos latinos estaban en
peores condiciones de vida que los blancos y afroamericanos.
La
vinculación con la pandilla la realizó el reverendo Luis Barrios, con unos 600
o 700 miembros varones y entre 50 y 100 mujeres. La propuesta fue ayudar a
documentar el proceso de transformación que la pandilla vivió en la ciudad. La
investigación etnográfica de tres años incluyó observación participativa y no
participativa, entrevistas a pandilleros en ámbitos escolares, laborales,
judiciales y penitenciarios, así como entrevistas a decenas de pandilleros para
construir sus historias de vida[66].
A la
hora de describir el grupo, sostienen que estaba compuesto principalmente por
puertorriqueños y dominicanos de primera y segunda generación, que venían de
familias proletarias o subproletarias. En el periodo de análisis, donde también
influyó la interacción con los investigadores, el grupo se comprometió
socialmente a buscar un cambio en las políticas de exclusión y violencia
inspirado por «una combinación de temas de justicia social y catolicismo,
pentecostalismo y demás religiones sincréticas del nuevo mundo. La variación
politizada del grupo se fue definiendo como “organización de la calle”, un
colectivo de la calle híbrido que tenía las características de ambos:
movimiento social y banda»[67].
La
pandilla tiene hoy una dimensión internacional, con referentes en distintos
países. La investigación, aproximación, experiencia de trabajo y consolidación
de demandas en Nueva York sirvió como apoyo a otras experiencias con los Latin
Kings and Queens Nation en el mundo.
4.1.2.
Barcelona: legalización de los grupos latinos
La
muerte en Barcelona de un joven en 2003, aparente víctima de un enfrentamiento
entre dos pandillas latinas, generó pánico moral. Las pandillas latinas se
instalaron como tema de agenda. Lo que no reflejaban las noticias era la
presencia de “miles de muchachos y muchachas, llegados desde fines de los años
noventa (gracias fundamentalmente a diversos procesos de reagrupación
familiar), (des)terrados de sus lugares y redes sociales de origen en uno de
los momentos más críticos de sus vidas (la siempre difícil transición a la vida
adulta), y enfrentados en su lugar de destino a adultos (a)terrados frente a su
liminaridad jurídica e institucional”[68].
Los
jóvenes eran de la clase trabajadora, con elementos culturales e ideológicos y
estilos de distintas tradiciones: latinoamericanos (pandillas o naciones),
transnacionalizados como las tribus urbanas y otras formas difundidas de manera
virtual. Un fenómeno de subculturas superpuestas conviviendo en el ámbito
urbano de Barcelona y estableciendo diversas disputas simbólicas y
territoriales.
Un
tiempo después del crimen y mientras el tema de las pandillas latinas seguía en
la agenda mediática, los Latin Kings comenzaron un proceso de transformación.
Fue el resultado de discusiones internas impulsadas por el gobierno de la
ciudad en las que decidieron que debían buscar reconocimiento y apartarse de
los parques, espacios donde hasta ese momento venían reuniéndose y
enfrentándose. Era una decisión por apartarse de prácticas violentas.
Al
mismo tiempo, venía desarrollándose un estudio sobre el fenómeno de pandillas
en la ciudad, propuesto por el Consejo de la Juventud. Los investigadores
estaban en contacto con los Latin Kings gracias a una carta de presentación que
hizo Luis Barrios (vinculado a la pandilla a través del trabajo en Nueva York).
Es importante destacar aquí el carácter de globalización del grupo y cómo los
vínculos establecidos en una ciudad resultaron válidos para los pandilleros en
otro continente. Como consecuencia, se facilitó el proceso de trabajo y luego
el acercamiento que hicieron los investigadores entre los pandilleros y
funcionarios municipales.
La
presentación de esta investigación sobre el fenómeno de las pandillas dio otra
visibilidad a los Kings y sus adversarios, los Ñetas. Fue el paso previo a un
proceso complejo pero interesante en el que los King empezaron a desarrollar su
proyecto para ser reconocidos como una asociación civil y salir de la
clandestinidad con el asesoramiento del Instituto de Derechos Humanos de
Cataluña. Se necesitaron varios meses de reuniones entre los miembros de base
de los grupos y de asambleas para discutir el borrador de los estatutos de la
asociación. El acta fue aprobada y se mantuvo fiel a sus principios, pero
también acorde a la legislación catalana, según cuentan Carles Feixa y Luis
Barrios[69].
El
Departamento de Justicia de Cataluña aprobó los estatutos y quedó constituida
la Asociación Reyes y Reinas de Catalunya. “Nuestra aproximación se asentó en
las siguientes líneas: conocimiento de la realidad, anticipación y prevención;
plantear, ante problemas de dimensión social, soluciones sociales, diálogo y
participación comunitaria, y legalidad y Estado de Derecho (…) Cualquier
intervención preventiva que persiga la recuperación social del conflicto y no
sólo la simple desaparición del problema, debe contemplar junto a la intervención
social, el aporte de alternativas, la movilización de la comunidad y, en el
caso que nos ocupa, la oportunidad del cambio en las organizaciones (…) El
trabajo transversal de las diferentes agencias y operadores públicos, junto al
compromiso de diversas organizaciones cívicas de inmigrantes y de derechos
humanos, nos permitió abordar un proceso, aun bajo la hipótesis de
transformación de una realidad con un alto riesgo potencial de fractura
social”, explica Josep Lahosa, responsable político del proceso como Secretario
de Prevención de Barcelona[70].
El
proceso de reconocimiento fue seguido por una serie de acciones comunitarias
que contribuyeron a fortalecer la asociación de los Reyes y Reinas, pero
también a insertarlos en la dinámica social: (a) Constitución de dos entidades jurídicas: la Organización Cultural
de Reyes y Reinas Latinos en Catalunya y la Asociación Sociocultural Deportiva
y Musical de Ñetas. (b) Fedelatina inició un proyecto que, bajo la denominación
“talleres de Comunicación para Jóvenes”, desarrolló intervenciones para
fomentar la creatividad para la resolución de problemáticas que los afectan.
(c) Programa de sexualidad responsable con la Agencia de Salud Pública de
Barcelona. (d) Con el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, se impulsó la
"Misión Fotográfica Barcelona 2007", en la que un grupo de la
Asociación de Reyes y Reinas Latinos de Catalunya trabaja con un fotógrafo
reconocido, con el fin de captar sus relaciones con el medio urbano. (e) Talleres
de radio, televisión y prensa escrita, así como la constitución de una
productora musical. (f) Con Nou Barris Acull se desarrolló Unidos por el Flow,
una iniciativa de trabajo con culturas urbanas como forma de expresión
artística y generación de condiciones laborales.
De acuerdo con Lahosa,
los
resultados demuestran que estas políticas han sido positivas. Los jóvenes han
aprendido a relacionarse con la administración pública, también conocen mejor
los resortes comunitarios, en definitiva, son socialmente más autónomos. Sin
embargo, sabemos que hay tensiones, que hay individuos en los grupos, o incluso
nuevos grupos que pueden surgir y preferir situarse en los límites de
legalidad. En todo caso, la ciudad y el sector público están en mejores
condiciones para responder[71].
Como
en el trabajo con Latin Kings en Nueva York, es posible advertir que existieron
elementos de abordaje surgidos desde una perspectiva de la criminología
cultural. En primer lugar, una investigación que permitiera un entendimiento
integral de los grupos y sus culturas, desentrañando factores ocultos y
visibles, de modo de proponer un abordaje integral. Ese abordaje no se basó en
la perspectiva de la persecución penal, sino en proponer una alternativa en la
que investigadores, funcionarios y juventudes participaran en una experiencia
personal, valorando la dimensión subjetiva y construyendo propuestas que los
sacaran del rol de sujetos a controlar para posicionarlos en un rol de actores
sociales del cambio. A partir de ahí, reforzaron el proceso de transformación y
pacificación del grupo.
4.1.3.
Ecuador: reconocimiento, formación y comunicación con Latin Kings
El
trabajo con Latin Kings en Barcelona fue el antecedente del proyecto de trabajo
en Quito, Ecuador. El vínculo con los referentes españoles abrió la puerta a
los investigadores en Ecuador encabezados por Mauro Cerbino, para una
aproximación hacia el grupo local. Pero no fue un proceso sencillo y rápido.
Los jóvenes dudaban sobre las intenciones que movían a los investigadores que
intentaban aproximarse al grupo, en un contexto de alto hostigamiento de parte
del discurso mediático y de las prácticas policiales.
Explica
Cerbino que, rompiendo metodologías tradicionales, se aproximaron al grupo
atendiendo demandas de jóvenes Latin Kings que excedían un rol académico
pasivo: querían lograr que la policía no los persiguiera y que mejoraran las
condiciones de vida de los miembros del grupo. El rol del investigador, en
sintonía con las propuestas de la criminología cultural, iba más allá de lo
académico, asumiendo papel activo y de vínculo entre jóvenes e instituciones
para que cambiaran su percepción social[72].
Las
primeras actividades implicaron generar lazos de confianza con los medios de
comunicación, aportando información para distinguir quiénes cometían delitos y
no eran parte de la pandilla.
El
vínculo con el Estado fue a través del Municipio Metropolitano de Quito en el
proceso para que obtuvieran personería jurídica y se convirtieran en una
corporación. El presidente Rafael Correa se las entregó en agosto de 2007: se
convirtieron legalmente en la Corporación de Reyes y Reinas Latinas de Ecuador.
Este reconocimiento trajo aparejadas responsabilidades y la necesidad de
generar habilidades para relacionarse. Así surgió el proyecto Centros
Tecnológicos de Organizaciones Juveniles (CETOJ), en una cooperación entre la
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y el Municipio de Quito.
La
finalidad del CETOJ era: “crear un espacio de interlocución ciudadano para que
los jóvenes interactúen entre sí, con la comunidad y el gobierno local desde
sus propios intereses, expectativas y propuestas en base al uso y apropiación
de las tecnologías de la información y la comunicación”. Pero el punto de
partida del proyecto, según explica Cerbino, fue comprender, observar y
escuchar a los y las jóvenes en sus formas de actuar y significar el mundo.
Esto implica también reconocer sus valores, sus maneras, ya que buscan ser
visibles en una sociedad excluyente. En fin, el CETOJ buscaba conocer las
condiciones estructurales donde surgen las violencias, carencias y
vulneraciones de derechos en los ámbitos donde viven los jóvenes.
El
CETOJ ofreció formación en etnografía y métodos de autoinvestigación, uso de
equipo y herramientas informáticas, gestión de emprendimientos de economía
solidaria, educación en construcción de ciudadanía y fortalecimiento de
derechos, y formación de nuevos formadores para ampliar los alcances del
proyecto. Esto implicó una metodología de formación y capacitación particular, que
incluyó: conocer el vocabulario, construir al interlocutor como sujeto, y formar
en prácticas contrahegemónicas para la transformación y el ejercicio de
ciudadanía como práctica cotidiana.
La
pedagogía participativa del proyecto logró su momento de máxima visibilidad con
la muestra “Demo LK”. Es importante destacar que los ejes de gestión que ha
identificado el CETOJ para que los Latin Kings completen su proceso son: (a) Político:
participación en la constituyente, mesas de trabajo con movimientos sociales,
definir posiciones respecto al gobierno y a las políticas públicas. (b) Cultural:
gestión de espacios de conciertos, producciones audiovisuales y musicales. (c) Social:
reconstruir tejido social desde la organización con nuevos emprendimientos de
financiamiento mixto.
Prácticamente
no hubo participación en actos ilegales de los miembros del proyecto que
funcionó en base al reconocimiento, la participación y articulación de demandas
para la transformación de las condiciones sociales.
4.1.4.
Santo Domingo: poder juvenil en la imagen
El
cuarto caso que tomamos de trabajo con pandillas desde una perspectiva de la
criminología cultural, se desarrolló en República Dominicana. Allí participaron
líderes y miembros de las “naciones” (pandillas juveniles), con edades que
oscilaban entre los 12 y 24 años, formando la Red de Jóvenes Unidos. Provenían
de barrios populares de Santo Domingo y trabajaron con una metodología de
investigación-acción-participación sobre el problema del Sida.
Para
documentar esta experiencia, nos basamos en un reporte parcial correspondiente
al periodo de dos años a partir de 2004 (Antonio de Moya, 2008), donde se
indica que el contexto dominicano es de alto nivel de exclusión económico,
racial y con una mayor carga represiva sobre la juventud. El proyecto se
desarrolló con el apoyo técnico y financiero del gobierno de República
Dominicana, a través del Consejo Presidencial del Sida, y tenía como principal
objetivo crear una estrategia experimental para la prevención de la enfermedad.
Según
explican los participantes, las herramientas sobre las que se montó el proyecto
son la participación y movilización para el cambio social, a través de técnicas
de concienciación y comunicación comunitaria alternativas expresadas en artes
populares como los grafitis, música y teatro.
En
una primera etapa, jóvenes varones y mujeres de 20 naciones u organizaciones
callejeras de barrios marginados de Santo Domingo (Guachupita y Cristo Rey)
fueron formados por estudiantes de Medicina sobre la prevención del contagio
del Sida, informando sobre los riesgos y alentando el uso del condón. Los
pandilleros se comprometían a pintar grafitis, después de una discusión de
grupo donde se decidían los mensajes e ilustraciones.
Sin
entrar en detalles sobre el desarrollo del proyecto, digamos que las
actividades e investigación en el periodo analizado permitieron alcanzar
algunas conclusiones que refuerzan la perspectiva de análisis que venimos
abordando: (a) La conflictividad de los jóvenes de las pandillas por el
territorio es el resultado de la construcción de una idea de lo masculino basada
en la cultura tradicional, que resulta opresora para los jóvenes y que
finalmente sirve al exterminio de una forma de cultura callejera. (b) La
empatía y el respeto a estas culturas juveniles genera respuestas
movilizadoras. (c) Los miembros de las pandillas juveniles tienen un capital
cultural y social, digno de ser valorado. Es posible ponerlo en juego a través
de los líderes. (d) Aquellos temas que son entendidos como amenazas a la
comunidad, en este caso el Sida, son de interés común y generan cambios profundos
en las actitudes. (e) Se pueden definir políticas públicas para cambiar
radicalmente la situación de la juventud, más allá de la generación de empleos
(percibida como parte de una lógica de mantener un statu quo). La oferta de
diversos empleos es una experiencia valiosa con resultados interesantes; sin
embargo, en ámbitos de marginalidad avanzada, pueden ser causa de mayores
conflictos[73].
Es posible establecer
vínculos con las experiencias de Nueva York y Barcelona.
En
Santo Domingo también vemos aspectos del modelo de organización de la calle de
la ciudad de Nueva York, pero hay cualidades específicas que reflejan la
condición colonizada dominicana. Por ejemplo, mientras que los miembros son en
su mayoría chicos locales de las clases bajas del barrio, hay también un número
creciente de miembros que han sido educados y socializados en los Estados Unidos
y conocidos como los “Dominican-Yorks”. Muchos de ellos son deportados y por lo
mismo doblemente estigmatizados como miembros de bandas y como ex delincuentes
de los Estados Unidos. Es más, el grupo existe dentro de una economía política
constituida sustancialmente por la economía lícita y la ilícita informal del
Caribe y Sudamérica. Por ello, es natural que los miembros que han crecido en
los barrios más pobres, donde el desempleo y el subempleo son la norma, sean
atraídos por la estructura de oportunidades que brinda la economía informal, la
cual en gran parte está conectada con el tráfico de drogas. Como consecuencia,
el grupo tiene más elementos en común con sus orígenes en Chicago, al estar
envuelto en negocios callejeros y disputas territoriales. Al mismo tiempo,
también son parte de una red social urbana de “naciones” jóvenes que trabajan
proactivamente en la solución de los problemas de la comunidad local, tales
como la violencia interna en los grupos, el VIH-Sida, y la propagación de la
enfermedad del dengue[74].
En
coincidencia, los dominicanos responsables de la iniciativa y la investigación
sostienen que las pandillas o naciones no proponen conflictos violentos desde
una lógica revolucionaria. Pero sí tienen un componente transformador desde
donde se sostuvo la iniciativa: “Tal vez las verdaderas transformaciones
sociales, económicas, políticas, culturales y espirituales sólo podrán ocurrir
desde ahora bajo el signo de la paz con justicia”[75]. Nuevamente, un abordaje integral, reconociendo las
diversas juventudes, poniendo en primer lugar la experiencia del investigador y
de los jóvenes, de modo de construir un aprendizaje de las dinámicas grupales,
de las expectativas individuales y de los condicionantes sociales. Entonces,
surgió una propuesta de trabajo alternativa al control criminalizante del grupo
—pese a ser definido como grupo de riesgo ante la violencia— para abordar el
problema desde una perspectiva integral, gestionando los conflictos y
reconociendo a los jóvenes como actores sociales relevantes para el cambio.
4.2. Participación e involucramiento como opción
Hasta
aquí surge un elemento común, rescatable desde una metodología de criminología
cultural que presta atención a la dimensión vivencial de los grupos y su
capacidad para proponer un repertorio alternativo al control social. Ese
aspecto en común es que los niños, niñas y jóvenes afectados por la violencia
pueden ser actores sociales relevantes en el cambio de las condiciones del
entorno social donde surgen. Sus actos pueden ser también actos de resistencia (en
una dimensión de micropolítica y no estructurados como movimientos sociales).
Esta forma de participación se transforma entonces en un elemento para la
prevención social de la violencia y el delito a partir de la participación
efectiva, elemento estructurante de los derechos humanos. Veamos qué sucede en
dos casos paradigmáticos.
En
los barrios de Ciudad Juárez (México) más afectados por pandillas, muchas veces
involucradas en el crimen organizado, se desarrolla el proyecto Casa de
Promoción Juvenil. Se basa en metodologías participativas que reconocen y
respetan como sujetos de derechos a los y las jóvenes expuestos a situaciones
de mucha violencia (en el hogar, en el barrio y en una sociedad que niega todo
tipo de derechos). Educan en espacios de diálogo, negociación y participación
para que se reconozcan como personas, al tiempo que se constituyen primero en
parte de grupos, luego en ciudadanos con compromisos y con responsabilidades
sobre sus proyectos particulares, como son los de toda la comunidad. En otras
palabras, es un proceso de subjetivación y de construcción de ciudadanía
emancipada que plantea sus conflictos en torno al ámbito comunitario como una
forma de conquista de derechos y de transformación de las condiciones
estructurales que facilitaron la condición de violencia en la que se
encuentran.
El
proyecto Luta pela paz (Lucha por la paz) nació como una academia de boxeo en
la favela La Maré, en Río de Janeiro, dirigida por Luke Dodwney, antropólogo y
exboxeador amateur. Es una comunidad tomada por facciones del crimen
organizado. El desarrollo del proyecto, que se inició como una pequeña
iniciativa de la organización Viva Rio, significó un espacio de recreo y
formación en un entorno hacinado, violento. Algunos de los adolescentes y
jóvenes que participan eran utilizados por el narcotráfico como soldados, sometidos
a situaciones de mucha violencia. Se pudo implementar porque hubo tolerancia de
parte de los jefes criminales que controlaban la favela. Una aceptación tácita,
quizás porque se entiende que es algo bueno para la comunidad y que los niños
involucrados en el tráfico no son buenos para nadie.
Los
aportes del proyecto para prevenir la violencia fueron el aprendizaje de un
deporte donde el esfuerzo a lo largo del tiempo produce resultados (dejar de
vivir al día), respeto del entorno y seguridad personal ante un contexto de
agresión permanente. El boxeo aportó la disciplina y las rutinas de las
prácticas. También hubo prohibición de consumos nocivos dentro de la academia.
Quienes querían participar en el proceso de trabajo debían tener buenas
calificaciones escolares y asistir a talleres de formación en distintas
disciplinas. También se involucraron en el gobierno del proyecto, y más tarde
en procesos políticos de incidencia por los derechos de los niños y de los
jóvenes. Aportó gratificaciones simbólicas y algunos participantes asumieron
compromisos de incidencia política y social para mejorar las condiciones de
vida en sus comunidades.
Casa
de Promoción Juvenil y Lucha por la Paz, son dos proyectos que tienen un
enfoque de conciencia y compromiso social para transformar las comunidades de
parte de niños, niñas y jóvenes con historias marcadas por la violencia, y tienen
muchos antecedentes en nuestras sociedades latinoamericanas. Lo vimos asociado
con el boxeo, con el arte urbano y también en los proyectos de Ciudad Juárez.
Lo podemos rastrear, además, en las juventudes sindicales de principios del
siglo pasado o en la militancia social de base —religiosa y política— que
genera inclusión con apoyo a la formación escolar, reflexión social,
solidaridad, identidades colectivas, protección y respeto.
5. Puntos en común y lecciones
aprendidas
Hay
una variedad muy amplia de proyectos orientados a la prevención de la violencia
en adolescentes y jóvenes. Cuando esa violencia es agravada por la presencia de
armas de fuego y la participación en grupos violentos, generalmente
involucrados en mercados ilícitos, la variedad se acota.
La
investigación “Ni guerra, ni paz”, trabajo referencial a la hora de presentar
el fenómeno de niñez y juventudes involucradas en violencia armada organizada
(COAV), sugiere una serie de lecciones aprendidas y acciones para abordar el
fenómeno[76]. Las principales recomendaciones son:
a) Reconocer la especificidad del problema de niños, niñas y jóvenes sometidos a situaciones de violencia y participando en grupos armados. Distinguirlo del crimen común, pero también de niños soldados.
a) Reconocer la especificidad del problema de niños, niñas y jóvenes sometidos a situaciones de violencia y participando en grupos armados. Distinguirlo del crimen común, pero también de niños soldados.
b) Diseñar
políticas específicas en el ámbito de gobiernos locales, basadas en un análisis
del fenómeno, de los factores de riesgo e influencias que llevan al
involucramiento para plantear entonces prácticas preventivas.
c) Establecer
políticas específicas que reduzcan los riesgos (educación, pobreza, justicia,
control de armas, policías de proximidad). También construir resiliencia a
través de redes comunitarias de prevención y rehabilitación.
d) Estudio,
monitoreo e investigación permanente de la evolución del fenómeno de violencia
armada.
e) Reformas
en las prácticas policiales, en la Justicia.
f) Políticas
de desmovilización y reintegración.
Sistematizando
aún más el abordaje y planteándolo en términos de violencia de pandillas,
Rebeca Pérez lo resume en movilización, desarme e integración (MDI)[77]. En un primer momento se propone establecer una
estrategia de movilización y contactos con los grupos, para lo que será
necesario también un marco legal y actores capaces de establecer vínculos con
los grupos de niños, niñas y jóvenes en pandillas. Luego establecer prácticas
de desarme que no sean en sí mismas un despojo del arma, sino también acuerdos
que conduzcan al tercer momento, el de integración social y económica,
facilitando el acceso a educación, salud, servicios, recreación y también
convivencia pacífica.
Otra
de las visiones de abordaje de infancia y juventudes afectadas por la violencia
va más lejos del enfoque de riesgo, enfatizando en que deben ser sujetos
activos de las transformaciones, capaces de liderar con sus grupos el cambio de
sus realidades. Como sostiene en su hipótesis la investigación Maras y pandillas en Centroamérica, es
más fácil movilizar el capital social que los cambios estructurales
socioeconómicos (factores estructurales) para prevenir y reducir la violencia.
Por eso apuesta a la movilización del capital social positivo[78].
En
los casos presentados hemos visto no solo el capital social en el entorno
comunitario como causa de la aparición de pandillas, sino también que lo
suplanta un capital social dentro de los propios grupos: vínculos negociados,
liderazgos y dinámicas de los grupos pueden ser la herramienta movilizadora[79].
Un
relevamiento de los programas de abordaje exitosos de pandillas en América
Central y Estados Unidos, realizado por Washington Office on Latin America,
también coincide en algunos de estos aspectos[80]. Sostiene que esos programas incluyen: (a) Protagonismo
comunitario, participativo, involucrando a instituciones educativas, de salud,
religiosas, policía y principalmente el gobierno local, en los que el gobierno
aporte asistencia técnica y financiamiento. (b) Evaluación de condiciones de violencia y diseño de proyectos en el
ámbito local, con la participación y el reconocimiento de niños, niñas y
jóvenes, respetando su identidad y pertenencia en relación con las pandillas.
Quienes han sido parte de pandillas y programas suelen ser los mejores
articuladores. (c) Deben tener relaciones con la mayor cantidad posible de
organizaciones comunitarias locales que ya desarrollan programas, así como
relaciones constructivas con la policía local.
Pasando
en limpio: los programas de prevención y abordaje de la violencia en
adolescentes y jóvenes deben tener una perspectiva de derechos, reconocer a
todos los actores, garantizar su participación efectiva, valorar los capitales
sociales dentro de las propias organizaciones y negociar pautas que permitan el
desarrollo de las iniciativas en el ámbito local, sin descuidar la
transformación de las políticas generales. Ahora el desafío es metodológico: de
qué modo garantizar todas estas condiciones. En los programas arriba analizados
pudimos ver cómo los deportes, las tecnologías y las artes urbanas son un buen
espacio para el abordaje.
Vanderschueren
agrega también la formación espiritual como forma de prevención de la violencia
y como camino de salida de la actividad pandilleril. Es posible recoger en la
región muchas historias de gente que optó salir de las pandillas a partir de un
compromiso espiritual[81]. Agreguemos uno más: la participación política[82]. Históricamente, los sindicatos y las organizaciones
políticas comunitarias han aportado identidad, contención y pertenencia a los
niños, niñas y jóvenes. Incluso, han transmitido un sentido de transcendencia
superador de la supervivencia cotidiana, el tiempo fuera del tiempo con que
describe Perea la vida de las pandillas. Ya hemos mencionado ejemplos en que la
búsqueda de respeto, reconocimiento y el fortalecimiento de una identidad se
fortalece en la acción colectiva. Pero, además, desde una perspectiva de
derechos, nada mejor que los miembros del grupo involucrados en la incidencia
para transformar sus comunidades y prevenir la violencia[83].
Construyamos
una conclusión parcial a partir de las observaciones de Josep Lahosa, que ha
contribuido con su experiencia trabajando con las pandillas en Barcelona. En
diálogo con el autor, revisando los ejes de este trabajo y algunas
experiencias, se desprenden tres conceptos centrales en torno a los enfoques
teóricos y las posibilidades de replicabilidad.
a) Heterogeneidad cultural.
La situación de pandillas en grandes ciudades es de gran heterogeneidad. Hay
que tomar distancia del enfoque de la Escuela de Chicago, donde la
estratificación por razones antropológicas es central. Es difícil aislar tan
claramente grupos por razones étnicas y culturales. El espacio urbano es un
espacio de hibridaciones y mezclas. Por ejemplo, los Latin Kings en Barcelona,
reúnen a gentes de distintas etnias donde los latinos son solo uno de los
grupos. Hay filipinos, magrebíes, chinos y por supuesto españoles. El líder de
los Latin Kings en Barcelona es un catalán casado con la hermana del líder en
Quito. Por un lado existe heterogeneidad, pero por otro capacidad federativa de
las pandillas.
b) Organizaciones de calle.
Las pandillas o grupos juveniles de calle son heterogéneas y no tienen como
función principal el delito. Son un espacio de apoyo y complementación de
pares, donde se ponen en evidencia los lazos perdidos y las necesidades.
Entonces, es importante distinguir en la categorización. Su objetivo principal
no es delinquir. El enfoque no debe ser criminal. Lahosa distingue: “las
políticas sociales deben abordar a los grupos como grupos y la Justicia como
individuos”. Entonces, no es aceptable la figura de asociación ilícita en estos
grupos ni tampoco heterogeneidad propuesta por el enfoque punitivo. En el caso
de Barcelona no disputan el dominio territorial y mantienen relaciones con el
Estado a partir de una experiencia de quiebre colectiva —según coinciden Carles
Feixas y Mauro Cervino— o como consecuencia de las experiencias individuales en
relación con el Estado de bienestar (en la hipótesis defendida por Lahosa). Las
experiencias como grupo, cualquiera sea la hipótesis, les permite otra
institucionalización y consolidación como grupos. Es decir, el cambio en las
prácticas es posible a través de una experiencia colectiva.
c) No hay una praxis de la
resistencia. Si bien es frecuente encontrar discursos
respecto a la resistencia a la exclusión de parte de los miembros de algunas de
estas organizaciones de calle, es difícil que sean sostenibles en el tiempo y
que se plasmen en acciones de resistencia política, en los términos
tradicionales de acciones políticas. En este punto, la perspectiva de Lahosa —marcada
por su rol estatal—, desconfía de la posibilidad de la formación automática de
un nuevo grupo subalterno dispuesto al cambio. A diferencia de la mirada de
Barrios, Brotherton, y también Cerbino, se sitúa en una perspectiva de
movimientos sociales diferente a la que eligen otros autores de la mano de Touraine.
En este punto, nos inclinamos a pensar que la relación con el Estado puede
marcar una puerta de entrada para una institucionalización (distinta a la
institucionalización en las márgenes y mercados ilegales que describe
Hagedorn). Y también que el proceso para constituirse en actores sociales con
capacidad de incidencia política necesita de instancias de reconocimiento,
formación y participación efectiva.
Pasando
en limpio, los casos en que los grupos se muestran con mucha heterogeneidad,
fragmentación, dinamismo y prácticas delictivas permanentes, la propuesta es
lograr un abordaje individual sobre el delito porque es imposible la prevención
en un clima de impunidad, y el abordaje del grupo desde una perspectiva de
derechos.
[1]FERRELL, J., HAYWARD,
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[4] FERRELL, J.,
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[38]BROTHERTON, D.
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[43]BROTHERTON, D. y
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[44] HAGEDORN, J.
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cit., p. 301.
[45] HAGEDORN, J. A world of gangs. Armed Young Men and
Gangsta Culture. University of Minnesota Press, Chicago, 2008.
[46] KALDOR, M. Las nuevas guerras: la violencia organizada en la era global. Tusquets Editores,
Barcelona, 2001.
[47] HAGEDORN, J. “Gangs
in Late Modernity”… op. cit., p. 297.
[48] CASTELLS, M. La era de la información... op. cit.
[49] Con aportes de la criminología cultural.
[50] HAGEDORN, J.
“Introduction: Globalization, Gangs, and Traditional Criminology”… op. cit., p. 2.
[51] HAGEDORN, J. “Gangs
in Late Modernity”… op. cit.
[54] CASTELLS, M. La era de la información… op. cit.
[55] HAGEDORN, J. “Gangs
in Late Modernity”…. op. cit., p.
301.
[57] CLOWARD, R. y OHLIN,
L. Delinquency and Opportunity: A Theory
of Delinquent Gangs. The Free Press, Nueva York, 1960.
[58]KLEIN, M., KERNER,
H., MAXSON, C. y WEITEKAMP, E. (eds.), The
Eurogang paradox… op. cit.
[60]HAGEDORN, J. “The
global impact of the gangs”… op. cit.,
p. 153-169.
[61] FEIXA, C. “Nuevos espacios de negociación
intercultural”, en VV. AA. La política de
lo diverso. ¿Producción, reconocimiento o apropiación de lo intercultural?
Ponencias presentadas en el I Training Seminar del Foro de Jóvenes
Investigadores en Dinámicas interculturales. CIDOB, Barcelona, 29 y 30 de
octubre de 2007.
[62] PÉREZ, R. y LUZ, D. “El fenómeno de la
violencia armada organizada”, en Urvio.
Revista Latinoamericana de Seguridad Ciudadana, Nº 4, FLACSO Ecuador,
Quito, mayo 2008, pp. 75-76.
[64] APPIOLAZA, M. “Participación, respeto y
compromiso social: condiciones para prevenir la violencia con niños, niñas y
jóvenes”, en Desafíos para el
planeamiento estratégico de la seguridad ciudadana. Ministerio de Seguridad
e Instituto Nacional de Estudios Estratégicos de la Seguridad, Buenos Aires,
2012.
[65] BROTHERTON, D. “La globalización de los
Latin Kings: criminología cultural y la banda transnacional”… op. cit., pp. 32-38.
[67] BROTHERTON, D. “La globalización de los
Latin Kings: criminología cultural y la banda transnacional”… op. cit., p. 30.
[68] FEIXA, C. “Nuevos espacios de negociación
intercultural”… op. cit.
[69] FEIXA, C. y BARRIOS, L. “De ‘banda’ a
asociación juvenil”, en Revista Mundo
Hispano, febrero 2007.
[70] LAHOSA, J. “Pandillas juveniles en España:
la aproximación de Barcelona”… op. cit.,
p. 55.
[72] CERBINO, M. El Lugar de la violencia: perspectivas críticas sobre pandillerismo
juvenil. Taurus/FLACSO Ecuador, Quito, 2012.
[73] WACQUANT, L. Los condenados de la ciudad.
Ghetto, periferia y Estado.
Manantial, Buenos Aires, 2007.
[74] BROTHERTON, D. “La globalización de los
Latin Kings: criminología cultural y la banda transnacional”… op. cit., p. 31.
[75] ANTONIO DE MOYA, E., BARRIOS, L., CASTRO,
Lino, PEÑA, V. y JIMENEZ, L. (2008). “En mi barrio hay vida: VIH/Sida. Graffiti
y poder juvenil en Santo Domingo”, en CERBINO, M. y BARRIOS, L. (eds.), Otras naciones… op. cit.
[76] DOWDNEY, L. Ni guerra ni paz. Comparaciones internacionales de niños y jóvenes en
violencia armada organizada. Viveiros de Castro Editora, Río de Janeiro,
2005. También véase Íd. Niños en el
tráfico de drogas. Un estudio de caso sobre los niños involucrados en la
violencia armada organizada en Rio de Janeiro. ISER/Viva Rio, Río de
Janeiro, 2003.
[77] PÉREZ, R. y LUZ, D. “El fenómeno de la
violencia armada organizada”… op. cit.,
pp. 72-80.
[78] CRUZ, J. M., CARRANZA, M. y SANTACRUZ, M. “Teoría y método: capital social y pandillas
en Centroamérica”, en ERIC, IDESO, IDIES, IUDOP, Maras y pandillas en Centroamérica. Pandillas y capital social, Vol.
II, Universidad Centroamericana Simeón Cañas Editores, San Salvador, 2004.
[79] BROTHERTON, D. y
BARRIOS, L. “The Almighty Latin King and Queen Nation: Street Politics and the
Transformation of a New York City Gang”... op.
cit.; CERBINO, M. Jóvenes en la
calle… op. cit.
[81] VANDERSCHUEREN, F. Guía para la prevención con jóvenes. Hacia políticas de cohesión social
y seguridad ciudadana. UN-Habitat y Universidad Alberto Hurtado, Nairobi, 2010.
[82] APPIOLAZA, M. “Participación, respeto y
compromiso social: condiciones para prevenir la violencia con niños, niñas y
jóvenes”, en Desafíos para el
planeamiento estratégico de la seguridad ciudadana. Ministerio de Seguridad
e Instituto Nacional de Estudios Estratégicos de la Seguridad, Buenos Aires, 2012.