¿Cómo se explica el delito? Existe una clara conexión entre la conflictividad, los anhelos de orden y los mecanismos de control social aplicados para alcanzar ese orden so pretexto de combatir el delito. Las preguntas sobre las causas del delito y las respuestas ensayadas tienen un recorrido histórico extenso, alimentado por las teorías de lo social. La criminología como disciplina que se ocupa del delito ha producido un campo de conocimiento con miradas dominantes en distintos momentos. Estas teorías construidas desde un campo de lo académico que está cruzado por los conflictos sociales, intentaron naturalizar cierta solución a esos conflictos a partir de proponer un orden.
La violencia en grupos de jóvenes tiene un itinerario paralelo. Los primeros estudios de pandillas aparecieron en Estados Unidos a fines de los años ‘20, en un contexto de resistencia religiosa y racial a la integración social, materializada en razzias policiales y medidas prohibitivas como la Ley Seca que fortaleció a las primeras organizaciones mafiosas. Los trabajos de la Escuela Sociológica de Chicago, se ocuparon de las street gangs (pandillas) sosteniendo que ofrecían a los jóvenes (sin educación ni trabajo) formas de integración en entornos urbanos de desorganización social.
La juventud en ese contexto era pensada como época de transición y riesgos. A las pandillas se las creía una consecuencia de ciudades incapaces de transmitir a estos jóvenes los principios para el buen comportamiento. Ahí nace la primera definición de pandillas. “Las pandillas representan el esfuerzo espontáneo de niños y jóvenes por crear, donde no lo hay, un espacio en la sociedad adecuado a sus necesidades. Lo que ellos obtienen de ese espacio, es aquello que el mundo adulto no tuvo la capacidad de otorgarles, que es el ejercicio de la participación, vibrando y gozando en torno a intereses comunes.” (Thrasher, 1927).
Estudiando el medio ambiente urbano, buscaron identificar los comportamientos, contagios y desviaciones. Igual que los biólogos, se concentraron en revelar la composición social, los grupos y sus relaciones, cómo vivían y cómo se distribuían en el territorio de la ciudad. Los comportamientos violentos de las bandas eran explicados por la anomia existente en las “regiones morales” (populares y degradadas) de la ciudad, donde prevalecía la desorganización social y por lo tanto desaparecían los sistemas tradicionales de control informal. Son grupos desviados, se sostenía, que aportan a niños, niñas y jóvenes alternativas temporales de socialización en el proceso de industrialización y la urbanización. Y facilitan la transición entre el campo (sociedades rurales particularistas y solidarias tradicionales) y la ciudad industrial (universalista, normativa) en la que recalaban. De este modo, el grupo juvenil combina la solidaridad con los valores universalistas facilitando la integración. Aquí tenemos la función social de la pandilla. Siguiendo estas ideas, los estudios de las subculturas demostraron la función “útil” de los grupos: facilitan el proceso de arraigo en la ciudad (Cloward y Ohlin, 1960).
Los estudios culturales desde los años '60 de la Escuela de Birmingham en Inglaterra, se ocuparon de las subculturas juveniles explicándolas desde las clases sociales. Se acercaron a la juventud como actor social y por lo tanto tienen un enfoque de derechos, aunque con una carga de determinismo clasista. Como ya vimos, es un cambio importante de perspectiva: es muy diferente a clasificar la juventud por edad y los enfoques de control. El foco de los estudios culturales está, entonces, en las acciones juveniles como productoras de sentidos: el uso del tiempo libre y las transgresiones como fenómenos expresivos.
La criminología crítica es un nuevo paradigma. Rompe en los '70 con la mayor parte de las explicaciones previas del delito. Coloca la discusión criminológica en el marco de una teoría social crítica aportada por la tradición sociológica marxista. Dicen los criminólogos críticos que el delito no se puede pensar fuera del contexto social: las explicaciones del crimen como patología son un producto de la ideología del capitalismo; un argumento para el dominio de las clases hegemónicas.
Pero dos décadas después, Jock Young impulsa la actualización de la criminología crítica: bulimia social, límites difusos entre exclusión e inclusión, ciudades integradas, utilidad de las clases bajas y las dudas sobre la redención del trabajo. En esta perspectiva de estudio las transgresiones son vistas como reacciones frente a la tensión entre lo que se desea y los medios para alcanzarlos, alejándose de la perspectiva de la criminología de la defensa social y también del discurso restringido de la exclusión y su raíz positivista. Ya venían diciendo los criminólogos críticos que el problema es estructural: en la cultura del gueto norteamericano se manifestaban los principales valores de la cultura del país como el consumismo, inmediatez, machismo, racismo, segregación y uso de la violencia para resolver conflictos. Los estudios subculturales repensaron la violencia juvenil como acto compensatorio ante las humillaciones que producen la pobreza y el racismo.
Siempre según Young, los sentimientos que sufren las clases populares son privación (relacionada con la pobreza y la falta de acceso a los mercados de trabajo) y desconocimiento de uno mismo (asociado con la falta de estatus y el trato violento por parte del Estado). Si no soy nadie, o si soy un “perdedor”, busco un anclaje en la idea de dureza, firmeza, en diferenciarme de lo “otro” (por ejemplo construyendo una hipermasculinidad). Esta reafirmación se nota al principio de la adolescencia, donde esa reducción a la esencia se transfiere a pares: no se traduce en una lucha de clases, sino en una distinción de género, diferenciación y conflicto entre grupos étnicos como reafirmación, bandas contra bandas y territorios contra territorios. Incluso la propia pobreza es utilizada entre pobres como reafirmación-distinción y la referencia a sí mismos como la remisión generalizada “sí mismo”, como 'nigga', el culto a la "maldad", la inversión ética de "hijo de puta", "chulo" o "b-boy ' (Young, 2003).
Así nos vamos aproximando a la criminología cultural, heredera de la criminología crítica y de las teorías subculturales. Su enfoque refleja las particularidades socio-culturales de la modernidad tardía; se concentra en encontrar sentido a la cultura joven, la identidad, el espacio y la cultura mediática, tratando de entender las transformaciones sociales vinculadas al hipercapitalismo e intentando desarrollar una teoría del delito para los nuevos tiempos. Queremos enfatizar en este enfoque porque da un gran salto en el entendimiento del fenómeno de violencia juvenil y de las bandas: los pone en un contexto de estados debilitados, contemplando los fenómenos ambiguos de la exclusión, la vinculación entre políticas punitivas y sociales, así como los nuevos ámbitos de socialización.
Parados en esta perspectiva, David Brotherton (2003) piensa a los grupos de jóvenes afectados de la violencia como “organizaciones de la calle”. Las define como grupos integrados por jóvenes de clases populares, que sufren la exclusión y que construyen con la organización una identidad de resistencia en términos de Castells (1999), que alcanza a sus miembros y les ayuda a tener poder (en lo personal y también como grupo), encontrar una referencia, alivio espiritual y constituirse en una voz para cambiar la situación de marginalidad y pobreza en que viven.
Con foco en las pandillas en violencia armada organizada, John Hagedorn (2005:156) las define como “organizaciones de los excluidos socialmente y de grupos de adolescentes. Muchos están institucionalizados en las calles o con la asistencia de grupos armados ya institucionalizados”. Delinquen participando en la economía subterránea y la venta protección son condiciones para la supervivencia.
¿Qué tienen en común las dos perspectivas? Coinciden en que las pandillas son organizaciones definidas en el ámbito urbano que aportan a sus miembros posibilidades de resistencia ante las formas de socialización homogeneizante de la sociedad capitalista tardía, donde el Estado aparece debilitado. Los grupos tienen una función social: los conflictos que producen pueden ser contribuciones a la mejora de sus condiciones, estrategias de supervivencia y, quizá también, aportes a prevenir la violencia. Pero esos conflictos deben ser gestionados.
Mirada como actores del cambio y sujetos de derecho
El desarrollo de las distintas miradas criminológicas nos acerca a un entendimiento de las juventudes. Una perspectiva de derechos representa un cambio de paradigma, ubicado en las antípodas de la idea de la juventud como promesa de futuro y época de riesgo. No argumenta el control a través de los factores de desviación del comportamiento deseado. Por el contrario, los ve como ciudadanos y actores sociales que asumen posiciones y compromisos sobre su propia vida. Los antecedentes del enfoque de jóvenes como sujetos de derechos podemos buscarlos principalmente en la Convención de los Derechos del Niño (1989), que incluye la participación como un eje central de sus principios y que comenzó a moldear la legislación y políticas públicas de todo el mundo a partir la década de los ’90. “Frente a algunas limitaciones que mostró el enfoque de riesgo (fomentó políticas asistenciales de carácter adulto centrista, que situaban a los jóvenes como receptores de las políticas), surgieron nuevas miradas que buscan situar a los jóvenes como sujetos activos de su desarrollo”, dice Vanderschueren (2007:208).
Es una paso importante entender los conflictos como algo propio de la sociedad, que si no son gestionados se transforman en violencia, que involucran principalmente a niños, niñas y jóvenes postergados que a veces encuentran en grupos alternativas a esas privaciones. Ni enfoque de riesgo y de exclusión: son sujetos de derechos y la causa de sus actos de violencia está en la propia dinámica social. Entonces, las políticas deben entender esos conflictos como oportunidades y gestionarlos de modo de apartarlos de la violencia. Las organizaciones que se dan a sí mismas y las culturas que construyen son una respuesta a esas condiciones, posibles herramientas de cambio social y prevención de la violencia.
Revisemos algunas iniciativas y proyectos en nuestra región, que comparten aspectos de esta perspectiva. Tomaremos tres ejes: arte urbano, deportes y política. Son tres temas en los que niños, niñas y jóvenes demuestran interés al tiempo que problematizan respecto a sus derechos, los conquistan, gestionan conflictos y previenen violencia. Lo que queremos señalar es que los grupos de jóvenes que se encuentran sometidos a situaciones de violencia (por comportamientos propios o de su entorno) demuestran una gran capacidad para producir cambios.
1. Arte urbano
La historia del hip hop está vinculada a la realidad de las comunidades juveniles violentas y violentadas de los barrios populares de Nueva York. Un sincretismo estético forzado por políticas de segregación y control estatal. Se nutre de identidades de resistencia y aporta reconocimiento a las capacidades, respeto a partir de ese reconocimiento, pertenencia y protección por la pertenencia a un colectivo y, muy importante: reglas negociadas y asumidas de convivencia, instrumentos para la gestión de esos conflictos. Dijo Africa Baambaata, padrino del movimiento: “El poder real del hip hop y su verdadero significado reside en su capacidad para darle poder a los jóvenes para que cambien sus vidas”.
Sin embargo, ha sido repudiado e incluso se han documentado estrategias de perseguirlo dentro de Estados Unidos. Del mismo modo, en otras partes del mundo, esta expresión artística es directamente asociada con delincuencia y a quienes visten de acuerdo a su estilo son foco de las interpelaciones policiales. Se trata de un intento de control de estos movimientos, en lugar de reconocer su potencial de construcción de ciudadanía. John Hagedorn (2008) lo considera clave para entender el proceso de institucionalización de las bandas juveniles afectadas por la violencia a través del gangsta rap.
Existen muchos proyectos que muestran cómo a partir del reconocimiento de las capacidades y derechos de los grupos de jóvenes pueden transformar sus realidades. Trabajan el arte para orientar las marcas de un entorno de violencia y frustración creando nuevos sentidos. Pasan de la condición de víctimas a artesanos de una obra que los empodera, legitima y les permite provocar modificaciones. En este aprendizaje incorporan destrezas que una dinámica social de satisfacción inmediata de necesidades no logra formar: disciplina, auto control, constancia y reconocimiento. Produce un cambio en la persona incidiendo sobre la sociedad.
En el documental “Hip Hop: el 5to elemento” (Appiolaza y Pacheco, 2009) un joven bboy (bailarín de hip hop) cuenta cómo la policía mató a su hermano y simuló un enfrentamiento aparentemente confundidos por sus apariencias. Encontró consuelo en el arte. Se propuso difundir su disciplina como homenaje al hermano perdido y como motor del cambio: terminar con la discriminación y lograr el reconocimiento de su cultura. El documental facilitó la formación del proyecto Cooperativa del Hip Hop, liderado por Dragón, un joven rapero de Mendoza que dice que el arte lo alejó de una vida de delitos. Enseña arte urbano y derechos humanos. Explica que en el corazón del hip hop está el reconocimiento como sujetos de derechos (
Appiolaza, Dragón, 2010).
Existen muchas iniciativas que trabajan el hip hop como estrategia de inclusión y prevención de la violencia. Algunos de los más notorios son AfroReggae y Caramundo en Rio de Janeiro, Familia Ayara en Bogotá, Funky Bless en Ciudad Juárez. La lista es mucho más extensa e incorpora otros géneros.
Resulta inspirador reparar en el modo que el Ayuntamiento de Barcelona a través de la dirección de Prevención medió entre los jóvenes de las pandillas (Latin Kings y Ñetas). Pactaron el abandono de los comportamientos violentos a cambio del reconocimiento como organizaciones culturales. Luego fueron apoyados en la formulación de una variedad de proyectos, entre otros “Unidos por el Flow”, donde el hip hop era el pretexto para registrar y difundir el arte de estos jóvenes antes enfrentados (Lahosa, 2008).
Otro ejemplo notorio: en Santo Domingo (República Dominicana), los miembros de pandillas se formaron en salud reproductiva y con el apoyo del Consejo Presidencial del Sida, transmitieron esos conocimientos a otros jóvenes, principalmente a través de graffiti. En lugar de reprimir estas expresiones artísticas, fueron potenciadas valorando el reconocimiento y liderazgo que tienen los referentes pandilleros sobre sus pares. Con la cercanía en el registro discursivo seguramente los mensajes fueron más eficientes sobre el grupo social más afectado por la enfermedad, que un producto publicitario de empresas (Antonio de Moya, Barrios y otros, 2008).
2. Deportes
El deporte tiene un valor pedagógico extendido: facilita actividades asociativas con reglas para compartir y resolver conflictos, y los resultados se logran a partir de un esfuerzo extendido. Además, otorga pertenencia, reconocimiento y empodera dentro de su entorno. El trabajo etnográfico asociado con el boxeo le permitió a Loïc Wacquant (2006) entender las dinámicas culturales del gueto negro de Chicago, las expectativas, las transgresiones y el proceso de aprendizaje.
También a través de una academia de boxeo, Luke Dowdney (2003) se aproximó a una comprensión de la lógica de organización y las pautas culturales de los niños, niñas y jóvenes afectados por la violencia armada de las bandas de traficantes en las favelas de Rio de Janeiro. Su proyecto Luta pela Paz (Lucha por la Paz) nació como una academia de boxeo en la favela La Maré impulsado por la fundación Viva Rio para niños “soldados” de las facciones de la droga. El deporte se complementa con la educación, inserción laboral, autoestima, concientización ciudadana, contención y relaciones con la familia. Definición de la categoría COAV e investigación “Ni guerra, ni paz” (Dowdney, 2005). Origina proyecto Ciudades de diseño participativo de políticas preventivas para COAV junto con policías y gobierno local.
El futbol es el principal deporte de masas en América Latina. Proliferan las escuelas de futbol. Algunas de formación puramente deportiva, pero otras, con una formación integral. El reconocimiento social y juvenil al futbolista representa una importante herramienta de transformación.
Pero el futbol en algunos de nuestros países está asociado con las barras de fútbol. Bandas violentas, a veces armadas, que circulan en un espacio gris entre lo deportivo, lo delictivo y la política. Estudios sobre las hinchadas de futbol, su uso de la violencia y las prácticas delictivas, las han analizado como una construcción de significados permitiéndoles entender aspectos vinculados al coraje o “el aguante”, los enfrentamientos, la hipermasculinidad, los códigos tatuados desde una perspectiva del capital simbólico y de una lucha por la identidad (Garriga Bucal, 2005). Pero ese capital social puede contribuir a migrar hacia comportamientos menos violentos. Los jóvenes barras de Santa Fe y Millonarios en Bogotá, se forman en principios de organización para convertirse en organizaciones comunitarias e implementar proyectos sociales orientados a la cohesión y prevención de la violencia.
3. Compromiso político y social
La crisis de las formas tradicionales de representación se ensaña con la política tradicional. Sin embargo, mantiene su capacidad de incluir, contener, construir subjetividad y generar incidencia para cambios estructurales. Las organizaciones políticas han desempeñado en la historia estas funciones.
Recordemos que la investigación clásica de Thrasher sobre las pandillas en Chicago a principios del siglo pasado descubrió que estaban intrincadamente conectadas con las máquinas políticas operando desde clubes sociales y deportivos. Luego fueron asimiladas jugando de vínculo entre crimen y gobierno local. Algunas de estas bandas se incorporarían a la actividad política partidaria.
Hay en la región una historia trágica de vinculación entre la juventud y la violencia política, incluso cuando la violencia política se confunde con formas de criminalidad. Pero también existen experiencias en que las estructuras políticas han canalizado las inquietudes y deseos de participación de grupos de jóvenes afectados por la violencia. La alternativa es la construcción de ciudadanía a partir del ejercicio pleno de los derechos a la participación en entornos en que se hace necesaria una disciplina de formación con reglas de convivencia aceptadas. Esta función la pueden ejercer los partidos pero especialmente las organizaciones sociales. SERPAZ, en Guayaquil, ha trabajado en la formación de pandilleros en cultura de paz y derechos, de modo que participen en el reclamo para mejorar sus condiciones de vida. El proyecto Ciudades impulsado por Viva Rio, impulsó el diagnóstico participativo y diseño de estrategias de prevención de la violencia formuladas por pandilleros, para luego acordarlas e implementarlas con los gobiernos municipales y policías.
Otro caso notorio es el de la Ógra Shinn Féin, el brazo juvenil del mayor partido político católico de Irlanda del Norte también vinculado al grupo armado IRA (Irish Republican Army), ha funcionado como espacio de contención de jóvenes para evitar que se involucren en la violencia. Se propone como una alternativa al IRA, funcionando como ámbito de participación y de expresión política. De este modo se involucran en la discusión por derechos y políticas sociales en espacios tradicionales partidarios o a través de actividades y consultas. Así, a diferencia de otros partidos, los militantes se van multiplicando, la edad de los candidatos baja. Evitan de esta forma que se sumen a las actividades de violencia directa, en cambio hay una construcción de ciudadanía profunda (Dowdney, 2005).
En muchos contextos, esta opción puede sonar alejada de las posibilidades cotidianas. El modelo de control reproduce la lógica de condenar a la juventud a un lugar subalterno, o bien darle un protagonismo acotado, digitado, simbólico. Sin embargo, la participación en espacios colectivos por la construcción de derechos es un lugar que históricamente ocuparon los jóvenes y deben recuperar, convertidos en voceros de sus propias demandas.
Conclusión
Hemos visto algunos casos que entienden las juventudes como actores sociales relevantes, incluso aunque estén afectados por la violencia. Pero la violencia no es posible entenderla observando sólo algunos actos. Existen condiciones culturales y económicas institucionales para que se manifiesten los actos violentos. Cuando los conflictos propios de la convivencia social no son gestionados el desenlace puede ser violento. Las juventudes son grupos sociales diversos, disputando mejores condiciones de existencia. Por lo tanto plantean conflictos.
La respuesta habitual es el aplastamiento de esos conflictos, en nombre de su propio bien y del resto de la sociedad. Los argumentos: “no son totalmente maduros, se ponen en riesgo”. Las acciones políticas: criminalización de ciertos comportamientos y el énfasis penal sobre cualquier desviación del itinerario deseable que se ha decidido para ellas. Es posible ver en cada caso de jóvenes violentos una hoja de vida llena de estas intervenciones correctivas violentas de parte de las instituciones gubernamentales.
Los grupos juveniles aparecen a veces involucrados en formas de resistencia e innovación. En espacios sociales de mayor vulnerabilidad y entornos violentos, aportan a los miembros identidad, pertenencia, reconocimiento, protección. Al mismo tiempo, institucionalizan en normas de grupo y producen liderazgos. Cuando aparecen vinculados en actos violentos la reacción preponderante vuelve a ser el control. El ciclo se profundiza.
Un cambio de perspectiva que reconozca la condición de sujetos de derechos de niños, niñas y jóvenes, valore los conflictos como oportunidades y los gestione para evitar violencias, permitirá empezar a romper la lógica del control. Es compatible con una criminología que entienda comportamientos en un contexto amplio y con una perspectiva cultural. Como personas plenas deberán hacerse cargo también de sus reclamos y generar los cambios sociales oportunos. Entonces, las culturas juveniles pueden ser entendidas como aportes a la construcción de ciudadanía. Arte, deportes y vida política activa son oportunidades para dar el poder y que la violencia juvenil no sea un problema criminal, sino un problema de cohesión social.
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[1] Coordinador académico del diplomado en Seguridad Democrática, miembro del Consejo Asesor Permanente de la Universidad Nacional de Cuyo y director del Centro de Estudios de Seguridad Urbana de la Universidad Nacional de Cuyo. Miembro del Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (ILSED).