El tiempo
pasa, los fracasos se suceden y las viejas recetas para la seguridad se
reciclan. Falta una política criminal focalizada en los mercados ilícitos,
funcionarios con capacidad para atrapar a las cúpulas de las estructuras
criminales e instituciones policiales modernizadas.
Por Martín
Appiolaza, Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia
Un fantasma recorre el mundo: la inseguridad. El miedo es una de las principales demandas sociales. El miedo al delito sólo una de sus caras, pero la más visible. Se aparece en sueños a los funcionarios públicos, los asusta con urnas vacías y marchas de vecinos indignados.
Los más audaces le hacen frente intentando despertar: anteponiendo la razón a los instintos de preservación y arriesgándose a reformas profundas. Los más pragmáticos piden a los gritos auxilio para que algún jefe de policías se haga cargo, exorcizando los temores con algún plan salvador. Cueste lo que cueste, caiga quien caiga. Y así estamos.
El miedo al delito existe y tiene fundamentos, porque los delitos existen aunque, por lo general, el miedo al delito como los fantasmas, son desmedidos. Las encuestas de victimización son el método más fiable para entender qué delitos se producen, con qué características y cuál es el nivel del temor. Generalmente, el nivel de temor es mucho mayor que la amenaza.