Por MARTÍN APPIOLAZA
Publicado en La Vanguardia
Si es candidato, quiere ganar de cualquier manera, se apiada de los que prometen una sociedad más justa y solidaria, y está orgulloso de su pragmatismo, entonces usted tiene una gran oportunidad: usar el temor de los electores y el dolor de las víctimas del delito. Aquí encontrará un decálogo de imposturas, medias verdades y falacias grandilocuentes que le podrían arrimar esos preciados votitos que tanto necesita para poder administrar los fondos públicos. Advertencia: no dejar al alcance de los niños.
Los falacias demagógicas deben poner a la ciudadanía y a todo el espectro político en estado de alerta: se trata de un ideario que sostiene sin fundamentos que el aumento del poder de la policía, el incremento de las penas y el encierro masivo son las soluciones a los problemas de inseguridad”, comunicado del Acuerdo por la Seguridad Democrática a propósito de la campaña contra la modernización del Código Penal.
Corren vientos favorables para los cultores de la demagogia penal: aumenta el delito y la inseguridad en la Argentina. Un candidato oportunista que sepa llegar a los corazones proclamándose el defensor de las víctimas y abanderado de los castigos, puede convertir el temor y el dolor en votos a su favor.
Se sabe: aumentar las penas no reduce el delito. Pero para el buen demagogo es la oportunidad de ganar (tiempo); ya llegará el momento de culpar por el fracaso de viejas fórmulas a los pobres, desviados, artistas, académicos, garantistas, progresistas, jueces y parlamentarios dormilones, políticas sociales para la vagancia, policías, defensores de los derechos humanos, la OEA, la ONU, alguna conspiración de Bulgaria y la televisión (excepto el canal del empresario que le promociona).
El populismo penal es una fórmula probada: hace medio siglo que una alianza conservadora viene ganando elecciones en Estados Unidos hablando del delito como el principal problema social. En nombre de la guerra al crimen justifica todo. La seguridad es la principal política social. Los candidatos que mejor encajan con esta idea son sheriff, fiscales, militares o en su defecto, actores de westerns. Estadistas, abstenerse.
Los conservadores locales tratan de probarse el traje de tipos duros y completan el combo del populismo penal con merchandising de la “tolerancia cero”. Un ejemplo argentino: Carlos Ruckauf fue vicepresidente de Carlos Menem y efímero gobernador de Buenos Aires invitando a “meter bala” y pidiendo con poética neorrealista que los presos “se pudran con sus manos agarradas a las rejas oxidadas de la cárcel”. Manso talento para convertir el dolor en odio y la venganza en política pública. Y ni hacerse cargo del aumento del delito que produjeron las políticas neoliberales que defendió.
Pasando en limpio: con un discurso simple de la seguridad, emocional, proponiendo castigos severos, encontrando “malos” para culpar y sumando patrocinadores, el buen demagogo transita por la senda del éxito. Veamos un decálogo de instrucciones frecuentemente útiles para conseguir votos usando a las víctimas de delitos y la inseguridad.