Una vieja fórmula conservadora viene ganando adherentes: reemplazar la inclusión
social por la guerra al delito. La demagogia penal tiene como aliados a una
pléyade de políticos ambiciosos y un estilo de dar noticias, que aprovechan el
temor al delito para proponer una versión de la sociedad en la que muchos están
de más.
Por Martín Appiolaza. Un fantasma recorre nuestros países: la inseguridad. ¿Qué es eso? Se
podría traducir como falta de seguridad. Pero, ¿qué tipo de seguridad? Tal vez
seguridad social. O, quizá, seguridad frente a catástrofes. No. No de ese tipo.
Es miedo al delito violento (aunque, cuando se profundiza, las encuestas
muestran que los otros temores se mezclan). En el temor de unos, otros ven
oportunidades para llevar agua hacia su molino. Vivimos tiempos venturosos para
los cultores de la demagogia penal. Lo vemos en el mundo de la política y
también en el discurso mediático.
Lo vemos a diario: un candidato oportunista que sabe llegar a los
corazones proclamándose el defensor de las víctimas y abanderado de los castigos,
puede convertir el temor y el dolor en votos a su favor. Montarse sobre la
inseguridad también atrae consumidores de noticias, rating, mejores ventas. El
temor es negocio: contarlo genera angustia, necesidad de informarse sobre las
amenazas que acechan y abre las puertas para algún gladiador en campaña que jure
que tiene la mano bien dura.
El populismo penal, ya sea en su versión candidato o bien en su versión
mediática, trata de aprovechar la angustia de la gente que sufre violencia o se
siente vulnerable. La clave: emocionar y dar respuestas simples a problemas
complejos. Jibarizar. Reducir la sociedad a lucha del bien contra el mal, para
promocionarse como el cruzado de los justos.